miércoles, 7 de julio de 2021

 



TERAPIA HORTICOLA Y HERBOLOGÍA 2021

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PRIMER TRABAJO

INTRODUCCIÓN A LA TERAPIA HORTÍCOLA 

MI EPIFANÍA CON LA NATURALEZA

Ana María Sepúlveda Román

La tierra húmeda, su aroma a vida y la luminosidad del sol a través de las parras, despertaron mi infancia con los primeros recuerdos. En mi casa de la Reina el jardín era grande y creció conmigo. La luminosidad de las estaciones alumbraba los rincones con su carácter y aroma de ensoñación. Es que definitivamente, como la menor de 6 hermanos y la única mujer, en mi jardín estaba mi refugio, mi juego, mis sueños. Cuando era niña pasaba mucho tiempo sola, mis hermanos iban al colegio y en las mañanas el jardín de la parcela era todo para mí. Tenía muchos rincones que recuerdo muy bien, árboles que levantaban su mirada junto a la mía.

El níspero que avisaba la llegada del verano y los membrillos el final. Jugar con los animales, los perros, gallinas y pollitos, conejos, como si fueran mi familia más cercana, entre arbustos, pasto y hojas secas. El fruto del caqui, la flor de la pluma, el copihue, el mandarino y el limón en flor. Para qué hablar de las rosas, los acantos y su miel y los mándalas construidos en la tierra con pétalos de cardenal, buganvilia fucsia y hojas amarillas de ligustrina. Los colibrís del abutilón, las coronas de jazmín y la sombra del nogal en la pieza de mis padres. Mi nogal.

Ese nogal que era mi refugio y lo fue hasta grande. Desde las fantasías de una niña de sueños, hasta las lágrimas desconsoladas de una pelea o un amor no correspondido. Ese árbol grande y robusto me hizo grande a mí. Probé mi fuerza y valentía para conquistarlo aún más allá. Lo tomé con fuerza y rodé entre sus ramas, colgué con mis rodillas para ver el mundo al revés. Partí y comí sus frutos hasta romper la boca...él me recibía siempre con los brazos abiertos para compartir y unirse a mi en una eternidad que aún llevo en mis registros más profundos.

La huerta me unía a mi padre, desmalezar, cuidar, cosechar tomates para comerlos entre chorreos de jugo rojo a pie pelado. La uva que vibraba con las abejas y los zapallos que me inspiraba algo como un gigante que se desplegaba de un impresionante cuento de fantasías.

El jardín y la huerta era parte de mi vida, los alimentos que de ahí salían también. Sin embargo, hoy a mis 50 años, no puedo olvidar la parte que mi padre que me hizo ser en la naturaleza. Entre emoción y lágrimas por su ausencia, puedo ver las manos de mi padre, gruesas y grandes, rasposas de tierra, jardineando al lado de mis pequeñas manos, que también querían ayudar. Una mañana bien temprano, creo de sábado, donde hacíamos patillas de chinitas para rodear un caminito que te llevaba a un rincón de calas, las calas de “mi mamá”. Esa sensación de que ahí todo era perfecto, con o sin melancolía, más allá de los dolores y pruebas que fueron y vinieron, más allá de todo, mis padres y el jardín. Mi papá y sus manos en la tierra, su trabajo digno, su ejemplo de cuidar y no dejar morir. El me enseñó.

Durante mi infancia trabajó en mi casa la señora Flor. Ella trajo a mi vida muchos conocimientos del campo, pues, aunque no era mapuche, se crió con ellos y tenía una gran sabiduría. Supe con Flor que en el centro de los membrillos tenían pegamento, como curaba la tos el jarabe de palto miel y borraja, o las hojas de naranjo con leche para dormir bien, o cómo me hacía transpirar con sus remedios para las recurrentes amigdalitis que me aquejaban. Me contó historias, tantas historias, que llenaban mi imaginario de plantas medicinales, remedios caseros, aventuras de campos y ríos, donde la naturaleza y los caballos eran los protagonistas. Compartíamos en la huerta, la acompañaba a cocinar y a veces me daba tareas para que yo pudiera participar. Agradezco inmensamente su presencia en mi vida, porque así naturalmente, introdujo en mi lo que luego sería mi pasión.

La naturaleza y el jardín fue, es y será siempre un espacio de contención y paz, donde pertenezco libre, sin cuestionamientos, donde me siento regalada y amada, donde mi ser puede estar en una paz sublime. Ahí soy, me refugio y me revelo. Es por ese bienestar que he construido un camino cerca de él, con la pasión de vivir la sanación desde su presencia. He intentado dar ese ejemplo a mis hijos y replicar la vida que me abrazó en los espacios que habito, aunque a veces es como llevar un trozo de campo a la ciudad.

Yo tantas veces me reconstruí en la naturaleza, es una herramienta que mi alma conoce y elige al momento de sanar. Por eso la Terapia Hortícola me llena de sentido, es que, en el contacto con la tierra, con el trabajo en ella, está mucho de lo que una persona puede necesitar para recuperarse. En ella las sensaciones de olfato, tacto y belleza, que despierta el alma hasta vibrar en otra sintonía. Una sintonía saludable, positiva, alegre, viva y que hace bien. Solo regala y te acepta como eres, te abre caminos para desarrollarte y volcar tus falencias, miedos y potencialidades con una forma que abraza y contiene, pero que a la vez te desafía.

Estoy maravillada con la con la Terapia Hortícola, con el mundo de posibilidades que se abre para poder ayudar a las personas, así como lo hago conmigo misma, pero desde una mirada social que me conmueve. La sociedad, las personas de este mundo, necesitamos integrarnos con la naturaleza, llevarla a nuestras vidas para beber de su energía saludable y luminosa y poder sobrellevar tantos desafíos cotidianos, a veces muy duros.  Una terapia que nos invita a habitar este planeta con más amor y conciencia, respeto a todo lo vivo, bien enraizados en un mundo que nos necesita presentes y activos, en pro de la felicidad y el equilibrio del ecosistema.



 

PRIMER TRABAJO INTRODUCCIÓN A LA TERAPIA HORTÍCOLA

Profesora: Marie Arana-Urioste

Alumna: Ángela Reyes

 

Primeras memorias y vivencias personales en relación a la naturaleza y el jardín

Voy por la calle caminando apurada sin motivo, acostumbrada a mi ritmo estresado y capitalino. De pronto veo una lantana en el muro de una casa y sin meditarlo me paro enfrente. Disimuladamente bajo mi mascarilla, froto y huelo sus hojas, subo mi mascarilla y sigo mi camino, pero ya no tan apurada sino que un poco más tranquila y pausada, como si mi frecuencia cardíaca disminuyera. Después puede aparecer un aromático jazmín o una robusta lavanda, pero no, es la lantana la que me produce unas irrefrenables ganas de sentir su aroma. Nunca me lo cuestioné, sin embargo, hace unos años mi mamá me comentó que cuando yo era niña y veraneábamos en Concón (el Concón de calles de tierra con olor a eucalipto y sin edificios) me encantaba comer las flores de la lantana que estaba en el jardín de nuestra casa. Yo tenía unos 3 años y no recuerdo esa escena pero sí me acuerdo perfecto el lugar del jardín donde estaba el arbusto de flores amarillas, rojas y naranjas. Quizás su olor me transporta a ese momento, a la tranquilidad de estar en los brazos de mi mamá, o a ese estado mental de concentración estando yo de pie en el pasto sacando los pequeños pétalos de las flores. Pareciera que cuando uno es niño no hay nada más interesante que el tiempo presente, no hay pensamientos invasores ni nada que a uno lo interrumpa, aunque ese algo que uno está haciendo no dure más que unos segundos o minutos.

No tuve la suerte de vivir mi infancia en la naturaleza, y aunque fueron años un poco solitarios en donde mi mejor amiga fue la televisión, tuve la fortuna de que mi mamá me llevara de compañera a sus paseos de avistamiento de aves en humedales o a reconocer flora nativa, acampando o alojando en cualquier parte. Me fascinaba salir de la rutina, esto de no tener baño ni horarios era lo mas entretenido que me podía pasar. Imposible olvidar esos paseos en donde llovía a chorros como ya nunca llueve. Uno de esos paseos fue al Parque Nacional Radal 7 tazas, recuerdo haber despertado en el hospedaje, mirar por la ventana y decirle a mi mamá: “la calle se convirtió en río” entre impresionada y asustada. No era la calle, sino que el río con un caudal de agua que yo nunca había visto. En nuestras fotos de ese día salimos empapadas y felices, aún recuerdo el sonido del agua de los pozones, el olor de la tierra y el color de las hojas de los árboles.

Me acuerdo de haber vivido la naturaleza de esa manera dual, como una mezcla de temor y asombro. En una ocasión subí las dunas junto a uno de mis hermanos mayores y cruzamos al otro lado desde donde se ve el mar, cuando empezamos a bajar miré hacia atrás y sentí que nunca iba a ser capaz de subir la duna y volver a mi casa. Me invadió una angustia profunda y no podía parar de llorar, mi hermano no sabía cómo contenerme pero al final me animó a volver a subir y solo cuando estuve arriba y pude ver la calle me calmé.

Con los animales e insectos siempre tuve una relación cercana, nunca de temor o asco como a muchos niños se les inculca. En mi recuerdo más antiguo yo tenía unos 4 años y estábamos acampando en Vichuquén. Yo estaba caminando con otro niño de mi edad cuando de pronto vimos un palote, me acuerdo de su forma alargada y de mi impresión, como si fuera lo más lindo que hubiera visto en mi vida, como si fuera mi propio descubrimiento de algo casi irreal. Hasta el día de hoy cada vez que he vuelto a ver uno rememoro ese día y honro a estos seres por haberme dado tanta felicidad con su exótico caminar y facilidad para pasar desapercibidos.

En el patio de nuestra casa en Santiago  abundaban las plantas, las piedras, la humedad y los caracoles. Había un canelo y un castaño debajo del cual había que pasar corriendo en otoño para que no te cayera un “pincho pincho" en la cabeza. Mi mamá me pagaba 100 pesos por cada burrito que encontrara en el jardín, yo estaba feliz porque siempre encontraba muchos. Un día me di cuenta que mi mamá después de que yo se los pasaba los guardaba en una caja de zapatos y luego los tiraba a la parcela que estaba detrás de nuestra casa y bueno, hasta ahí llegó el negocio, me sentí cómplice de un asesinato, aunque para su defensa ellos eran tan duros que no morían al caer a las otras plantas.

Los gatos en especial han sido mis grandes aliados y compañeros de vida. En ese entonces salían afuera y cazaban ratones y pájaros, muchas veces me los dejaban moribundos debajo de mi cama y recuerdo haber visto esta escena de muerte con pena pero sin la intención de intervenir. Probablemente ahora querría salvar al zorzal y llevarlo a un veterinario, pero en ese momento solo esperaba el deceso y luego los enterraba en el jardín. Me pregunto que querría el zorzal que yo hiciera por él.

A los 10 años dejé de comer animales, ser vegetariano era cosa rara, peor un vegano. Tuve que aguantar varios sobrenombres y bromas de mis compañeros del colegio, y estar expuesta a ser considerada muy sensible por mi forma de ser. Recuerdo cuando jugaban a pegarle patadas a un árbol del patio o pinchaban insectos vivos en el diario mural, yo me ponía a llorar desconsoladamente en protesta frente a esta violencia absurda. Ahora entiendo que esa agresividad no era más que el reflejo de la ira de unos niños sometidos bajo un sistema escolar opresor, y dañados por las expectativas y presiones familiares. De a poco fui tapando mi forma de ser con una armadura, intentando ser algo que yo no era solo para encajar con un entorno que me producía dolor. Tuve una adolescencia difícil y con esto un alejamiento de mí misma, y por ende de la naturaleza en sí. No fue hasta después de los 20 años que tras varios “fracasos” personales y grandes “errores" logré reconocerme y aceptar mis necesidades, y también aceptar que me parecía más de lo que creía a mi mamá. Volví a buscar la naturaleza en todas partes, como un medio y un fin.

Hace casi 3 años nació mi primer hijo y dejaron de ser los animales y yo, sino yo animal, yo mamífera. Comencé a coexistir con el resto. Mi hijo es sensibilidad pura, y gracias a su presencia he vuelto a conectar con la luna, las estaciones y la naturaleza entera, incluyendo la humanidad que antes me parecía tan horrible. Tengo la suerte de tener un compañero afín a mí, e intentamos a pesar de vivir en ciudad entregarle una infancia memorable a nuestro hijo, inventando paseos a la montaña, subiendo el cerro, contemplando el cielo, pisando las hojas de otoño en la vereda, utilizando las plazas y los espacios urbanos a diario, todo un poco improvisado y sin horarios como siento que a los tres nos hace sentido la vida. Tenemos la suerte de que su abuela paterna vive en el campo y él ha podido vivir esa experiencia como ninguno de nosotros dos lo hizo, incluso viviendo la cuarentena allá. Por otra parte, mi mamá es la abuela que juega y acompaña cariñosa, y en esa entrega le enseña los nombres de las plantas y de los pájaros, le habla sobre el mar y cómo cuidar nuestra tierra, creando consciencia sobre nuestro papel en el mundo.

El verano pasado le mostré a mi hijo un acanto que estaba en la vereda, saqué una flor y le dije que la chupara porque adentro había “miel". Esto se volvió rutinario, hasta que el acanto comenzó a secarse. Me pregunto si cuando él tenga mi edad sentirá un cariño especial hacia el acanto, como me pasa a mí con la lantana.  

 

04 de junio 2021

 


INTRODUCCIÓN A LA TERAPIA HORTÍCOLA

Profesor: Marie Arana-Urioste

Estudiante: Antonieta Manríquez Vega

 

Naturaleza: Abundancia de saberes

Me recuerdo desde muy pequeña disfrutando de la naturaleza, admirándola y conociéndola; observarla, sentirla, olerla, comerla y escucharla me fue obsequiado desde mi niñez. Tengo la gratitud de tener una madre que ama los paisajes y las aventuras y desde que tengo memoria nos llevó año tras año, a mi hermana y a mí, a disfrutar de vacaciones en lugares hermosos de Chile y Latinoamérica. En cada viaje nos encantamos con los diversos colores, diversas especies de todo tipo, frutas novedosas, sabores, aromas, diferentes temperaturas en la piel. El viajar permite ver que finalmente todo se parece mas de lo que nos hacen creer, que todo proviene de un todo, que cada verano o semanas festivas que tenemos durante el año las personas buscamos “escapar” a un lugar bello, natural, apartado del ruido para escuchar las melodías del bosque o  de la costa. Ver otras especies y saber que lo hermoso es que todos deseamos vivir y necesitamos todos de lo mismo para alcanzarlo.

Mi abuelo, mi tati, en realidad a quien llamaría padre, él es quien más me mostró la naturaleza. Mis primeros meses de vida, viví en una parcela de mi abuelo en Puente Alto, camino a las Vizcachas. La verdad es que no tengo recuerdos conscientes de esos momentos, pero sí una hermosa conexión con ese espacio; y bueno, es muy difícil no hacerlo ¡porque está lleno de maravillas! Desde que tengo memoria las reuniones familiares se realizaban en ese lugar y disfrutábamos de un fin de semana con naturaleza y frutas para comer del árbol. Un enorme palto inunda el primer patio, más de cincuenta años de vida y me imagino que su cuerpo subterráneo debe estar por debajo de toda la parcela. Almendros, nogales, guindos, naranjos, limoneros, granados, olivos, parrones de uva, mucha uva, kiwi, caqui, damascos, membrillos, higueras, nísperos y ciruelas. Que delicia recordar esas grandes ollas de dulce de damasco que mi tati revolvía por horas y horas, para después envasarlas con su técnica maestra con que se conservan muy bien; dulce de membrillo, el mejor que he probado en mi vida. Tardes completas conversando sobre las vidas mientras los frascos de almendras y nueces aumentaban, y el canasto de cáscaras aún más. Cedrón, matico, cáscaras de granada, hojas de limonero que mi madre cosechaba para tomar en agüita caliente. Uvas de variados colores y tantas paltas que la creatividad en la cocina se despierta mucho.

Flores de variados colores, olores, tamaños, y distintos insectos y aves que a ellos van. Crecí viendo cómo la diversidad atrae más diversidad, todos se alimentan y buscan cobijo. Las hojas caen del palto cada día, se barren y se juntan para preparar la tierra de hoja. Esta tarea siempre me ha gustado. Fuí creciendo y comprendiendo que esto me enseñaba sobre los ciclos de vida, el agua, las flores, la polinización, la cosecha, la alimentación, la vuelta a la tierra para dar paso a nuevas vidas y comenzar nuevos procesos.

Otro espacio que nos entregó mi abuelo fue al inicio de la carretera austral, Lenca, campo que conocí como a los 8 años. Recuerdo que salía a dar vueltas por el terreno, cosechaba moras, miraba las gallinas e interactuaba con una yegua llamada Estrella. Miraba los pájaros y caminaba entre los árboles, arbustos y muchas hortensias. Fui varios veranos a este hermoso campo frente al mar, con vista al humedal al que llegan cisnes de cuello negro y delfines chilenos y con la montaña hacia el otro lado. Tuve la dicha de vivir 10 meses allí. En febrero de 2019 fuimos a vacacionar con mi pareja, nos encontró la pandemia allá y, bueno, no había motivo ni ganas de volver a la ciudad. En esos meses aprendimos mucho del lugar que nos acogía, de su fauna, su flora, de la abundancia de la naturaleza y su riqueza, apreciamos los cambios de estaciones con gran admiración. Sembramos y cosechamos las papas más deliciosas que he comido, menta para todo el año, habas, ajo, puerro, rúculas, chilco, canelo, llantén, matico, maqui, murta, avellanas (que siempre eran resguardadas por Chucaos), nalca, manzanas, moras y más manzanas y moras. Mermeladas, chicha, vinagre, tartaletas, fruta deshidratada, café de avellanas y mucha medicina natural con diferentes extractos. Estas son las riquezas que nosotros pudimos conseguir, pero no puedo olvidar contar sobre una admirable mujer mapuche, agricultora, tejedora, curandera, y muchos saberes más que ella posee, pues ella nos proveía de verduras limpias cultivadas por ella y su esposo. Ella es un gran ejemplo de soberanía y lucha, me mostró sus cultivos, su medicina, su sabiduría espiritual y su amor por la tierra que nos nutre. Cada vez que la vi me entregó paz, calma, motivación, confianza y amor. Es una persona que tiene una gran conexión con la naturaleza y vive plenamente en ella.

Y continúa mi experiencia con la naturaleza. Antes de esto, y después de mis vacaciones de infancia con mi madre y mi hermana, estudié psicología en Santiago. En esos años comencé mis primeros viajes mochileros con mi grupo de amigas. Fuimos al norte de Chile, a Bolivia y Perú, recorrimos varios lugares, paisajes, ciudades. La preferencia siempre eran lugares naturales, bosques, ríos, lagunas, montañas, donde se pudiese salir a hacer caminatas y ver aves, escuchar agua correr, probar frutas distintas a las acostumbradas, tomar infusiones medicinales en carritos en la calle. Así viajamos con mis compañeras hasta que terminamos la universidad y me compré un pasaje de ida a Perú con la intención de recorrer América Latina. Viajé unas semanas por el país fronterizo y me fuí hasta el sur de Brasil. Ocurrieron muchísimas historias hasta que encontré a un chico en una micro, quien después de unas semanas me presentó a un gran maestro y amigo, Antonio. Él es profesor de agroecología en dos escuelas, vive en la zona rural de su pueblo y yo viví con él durante 6 meses. Aprendí, curiosié, escuché, observé, practiqué, leí y me relacioné con muchas personas que trabajan con y para la tierra. Estuve en distintos campos de cultivos, participé de cursos de botánica, de plantas alimenticias no convencionales, de agrupaciones cooperativistas de agricultores, agroindustrias familiares y del día a día de varias personas que viven de la agricultura y del trabajo, cuidado y regeneración de la tierra.. Cuando me fuí del pueblo, seguí viajando trabajando como voluntaria en diferentes campos, conocí la agrofloresta, los cultivos biointensivos, la permacultura, la agricultura biodinámica, participé de extracciones de aceites esenciales, cosecha y secado de plantas medicinales, de ferias orgánicas y muchos otros convites en donde me entregaron conocimientos sobre la naturaleza, sus procesos, su abundancia, su sincronía.

Se acaban las mil palabras pero las historias permanecen, se resignifican, se agradecen y se van sumando mientras giramos en el espacio. Hoy en día habito en la costa Valdiviana, mientras escribo escucho la abundante lluvia y observo los cerros verdes que me rodean. Nací en la capital pero mi espíritu siempre buscó naturaleza. Deje de comer animales a los dieciocho años porque amo este bello mundo y a todos los seres que me acompañan en él. Hoy me dedico a la cosmética natural y a la fitoterapia, porque se que la naturaleza nos pone al alcance de la mano la medicina que nuestros cuerpos necesitan, medicina que no viene en envases plásticos ni tóxicos que contaminan nuestra tierra y porque nuestra higiene diaria puede proceder de la naturaleza también, no hay necesidad de aplicarse petróleo en la pie. Estoy en iniciativas de huertas comunitarias y escolares porque creo que la comunidad y los más pequeños pueden plantar su propio alimento y medicina, conectarse con lo que nos une a todos los seres y sentirse acompañados. Me uní a este encantador curso porque he vivido y vivo aprendiendo sobre lo terapéutico de la naturaleza, he aprendido de muchos y muchas que también han vivido aprendiéndolo y quiero compartir lo que se me ha compartido de las mejores maneras posibles.

 

 


INTRODUCCIÓN A LA TERAPIA HORTÍCOLA 
Primer Trabajo Gabriela Iglesias 
Santiago, 3 de junio de 2021 
Mis vivencias en la Naturaleza como espacio de sanación 

Mi relación con los huertos y la naturaleza en general comenzó antes de nacer. La familia de mi madre por muchas generaciones ha estado ligada al campo y la agricultura. Los recuerdos más tempranos de mi mamá son en el huerto de su abuela materna, lleno de hermosas flores y hortalizas. Por otro lado, mi abuela paterna practicaba esquí y montañismo, lo que compartió con mi padre desde su infancia. Acampar en montañas y bosques fue desde siempre parte importante de su vida. 

Estas experiencias llevaron a mis padres a optar por una vida alejada de la ciudad para criar a sus hijos y esto me permitió crecer rodeada de naturaleza. Siempre hubo huerto en mi casa y también compost, gallinas, caballos y perros. Tengo muy bellos recuerdos de la temporada de siembra, las cosechas, el jugar a subirme al arado detrás de la yegua y de embarrarme de pies a cabeza cuando se hacía “riego tendido”. Esas vivencias me marcaron profundamente y siento una inmensa gratitud hacia mis padres por haberme brindado la oportunidad de vivir en conexión con los ciclos de la Tierra. 

En mi adolescencia comencé a practicar meditación, yoga, montañismo y escalada en roca. Todos los fines de semana los dedicaba a hacer salidas con mis amigos. Luego fui descubriendo la conexión de los ciclos de la luna en mi cuerpo y fui conectándome con mi menstruación desde un lugar diferente. Adopté la costumbre de “sembrar” la sangre de cada mes en mi jardín de hierbas medicinales. 

Pero todo este mundo comenzó a correr de forma paralela cuando comencé a estudiar psicología. En la universidad no encontraba espacio para unir estos intereses con lo que sería mi carrera. Fui adentrándome cada vez más en el mundo intelectual y académico… y mi conexión con la Naturaleza comenzó a perderse. Realicé investigación, clases y luego estudié filosofía y un magíster en psicología clínica. 

No fue hasta que comencé a trabajar como psicóloga clínica atendiendo niños, adolescentes y sus familias; que empecé a sentir que algo me faltaba en los espacios terapéuticos que había aprendido en la universidad. La mayoría de los niños que atendía parecían tristes y apagados, habían sido diagnosticados con déficit atencional y recibían medicamentos. A veces me tocaba atender en consultas frías y sin ventanas. 

Por esos días me encontré con la historia de Iris Grace, una pequeña niña inglesa diagnosticada con autismo que había desarrollado una increíble capacidad de expresarse a través del arte. Vivía junto a sus padres en una casa rodeada de naturaleza y tenía una mesita donde pintaba al aire libre en compañía de su amado gato. 

Al ver a Iris pintando en medio del campo, me cuestioné muchas cosas. Me conmovió su sensibilidad y su conexión profunda con los animales y las plantas. Quise trabajar para que cada niño pudiera desarrollar su potencial y florecer, más que adaptarse a un sistema escolar donde muchas veces se anula su creatividad y sus talentos personales. 

Comencé a sentir la necesidad de “hacer terapia en la Naturaleza” desde una mirada holística del ser humano. Pero no sabía por dónde empezar, no conocía el camino que me llevaría a eso. Jamás había escuchado algo así en mi formación académica ni en otros contextos. 

Así comenzó un camino de exploración que me llevaría al año siguiente a trabajar como educadora en un jardín infantil Waldorf donde el arte, la espiritualidad y los ciclos de la Naturaleza eran fundamentales. Al mismo tiempo, creé un proyecto de “educación ambiental contemplativa” para adolescentes con los que caminábamos por el bosque practicando mindfulness. 

Descubrí en esos años que existía algo llamado “Ecopsicología”, un nuevo paradigma que nació a principios de los años noventa en Estados Unidos, frente a la pregunta sobre cómo poder unir ecología y psicología ante los desafíos que la humanidad comenzaba a enfrentar a raíz del cambio climático. Se planteó que el gran problema era que los seres humanos habíamos olvidado nuestra verdadera esencia y que la mayor sanación representaba el recordar que somos naturaleza. Para esto, se desarrolló el concepto de ecoterapia, un conjunto de metodologías que buscan una aplicación práctica de los principios teóricos de la ecopsicología. En ese momento supe que existían disciplinas como la Terapia Hortícola, la Terapia de Bosque y las terapias a través del contacto con animales como caballos y perros. 

Me sentí completamente fascinada por el mundo que comenzaba a abrirse ante mí y tomé la decisión de dedicar mi vida a facilitar la conexión profunda con la Naturaleza como un espacio terapéutico. Fue un tiempo de mucho aprendizaje, justo antes de vivir el proceso de sanación del cáncer en 2018. 

Cuando recibí el diagnóstico sentí que se abrió una oportunidad de vivir un proceso de sanación coherente con mis búsquedas. Dentro de las terapias que integré en mi tratamiento estuvo el pasar tiempo en mi huerto. 

Cada vez que trabajaba en el huerto sentía una gran calma y la sensación de recuperar mi vida, mi cuerpo y mi identidad más allá de ser paciente oncológica. Al principio sólo me sentaba a tomar té de hierbas porque no podía hacer más esfuerzo físico. Cuando tuve un poco más de energía, comencé a desmalezar y a preparar la tierra para sembrar los almácigos que había preparado dentro de mi casa. Podía sentir cómo ese proceso me reflejaba mi vivencia interna con la enfermedad. Con paciencia comenzaba a preparar el terreno que me llevaría a sanar y a acompañar a otros en sus procesos de sanación. 

Comencé a sentir cómo los ritmos de la naturaleza me guiaban a escuchar mi cuerpo. El otoño lo pasé muy “hacia dentro” descansando, y en invierno me conecté profundamente con mis “raíces”, con mis ancestras. En primavera sentí el impulso de salir a la superficie y compartir con otros lo que estaba viviendo. En verano “coseché la siembra” de las estaciones anteriores al recibir la noticia de que el tumor había desaparecido. 

El cáncer y el huerto me enseñaron a soltar el control, a confiar, a tener paciencia y humildad. Al mismo tiempo, contemplar los ciclos de las plantas, su nacimiento, crecimiento y muerte, me ayudó a aceptar mi propia inpermanencia y esto me permitió entregarme a un profundo proceso de transformación a través de la enfermedad. 

Y, sobre todo, la belleza, la alegría y la inspiración presentes en el proceso de cultivar un huerto, hizo surgir en mí un potente amor a la vida en todas sus formas, y me conectó con las ganas de vivir. 

A partir de esta experiencia y de ser testigo de la potencia de la Naturaleza como espacio terapéutico en estos años dedicada a ser guía de Terapia de Bosque; sueño con poder compartir con otras personas con cáncer en torno a la medicina del huerto a través del trabajo en Fundación Floresta


                                                                             

02 JUNIO, 2021.-

 

TERAPIA HORTÍCOLA Y HERBOLOGÍA 2021.-

1° TRABAJO, ENSAYO

MARCELA DIAZ MARAMBIO

I.     LA TIERRA Y YO.

CRECÍ ENTRE UN DEPARTAMENTO EN SANTIAGO Y LA CASA DE MIS ABUELOS MATERNOS EN SAN FERNANDO, SEXTA REGIÓN, EXPERIMENTANDO EL SUELO Y EL AGUA.  JUGANDO CON LOMBRICES QUE SALÍAN A LA SUPERFICIEE LUEGO DE QUE EL ARADO DEL TATA, PASARA POR LA CHACRA.   Y EN LO COTIDIANAMENTE PERFECTO DE LA VIDA RURAL, Y DESDE ESA NIÑEZ CREO QUE SÍ SABÍAMOS DEL VALOR DE ESAS VIVENCIAS, Y DE ESAS ESTADÍAS LLENAS DE AVENTURAS.  SIN EMBARGO NO FUE SINO HASTA MUCHO DESPUÉS, QUE SE CONVIRTIERON EN CLAROS Y POTENTES  TESOROS QUE EL ALMA GUARDARÍA PARA SER DESPERTADOS Y REVELADOS COMO TALES,  EN LOS INSTANTES PRECISOS.

Y ASÍ FUE, COMO ENTERRANDO LA PALA PARA QUE SALIERAN LAS PAPAS DE LA TIERRA Y SACANDO TOMATES DE LA MATA, PARA COMERLOS CON SAL, YO ESCUCHABA LOS RELATOS DE MIS TÍAS ACERCA DE MI VISABUELA, SU ABUELA MATERNA,  LA “MEICA” Y DE CÓMO ELLA VEÍA “LAS AGUAS” (ORINA) PARA DIAGNOSTICAR DOLENCIAS Y ENFERMEDADES.  EN ESTOS RELATOS SE CONTABA QUE LA VISITABAN DE MUHOS LUGARES Y QUE A TRAVÉS DE RECETAS DE HIERBAS, PLANTAS Y ARBUSTOS LA GENTE SE SANABA DE ENFERMEDADES QUE DE NINGUNA OTRA FORMA HABÍAN SANADO. 

MI MAMÁ POR SU PARTE, REPLICÓ MUCHAS DE LAS PÓCIMAS QUE ELLA MISMA CONSUMIÓ Y VIÓ PARA CURAR DOLENCIAS RESPIRATORIAS Y ESTOMACALES PRINCIPALMENTE.

                HOY ME VEO DE NIÑA, HACIÉNDO EL ESFUERZO, COMO AHORA,  POR IMAGINAR A MI BISABUELA,  CON SU PELO  LARGO Y CANO,  COMO LA CUENTAN,  TRENZADO POR ELLA MISMA, ACUDIENDO AL LLAMADO DE LA GENTE A LA HORA QUE FUESE, ATRAVESANDO PUEBLOS, CON UNA HIJA ACUESTAS, A CABALLO,  EN ESA MISIÓN.  ES RECIÉN EN  ESTE MOMENTO DE MI VIDA EN DONDE ESTE ORIGEN, COBRA LUCIDEZ Y SE TRANSFORMA EN ALGO QUE NUNCA VI TAN CLARAMENTE COMO HOY, EN EL QUE UN TUMOR ME PONE DEVUELTA EN EL CAMINO.

 

II.     OTRAS FORMAS DE SANAR Y EDUCAR, LA RECONECCIÓN.

LUEGO DE MI FORMACIÓN COMO EDUCADORA, Y DEL PASAR POR UNA DURA EXPERIENCIA,  LA BÚSQUEDA DEL BIENESTAR Y LA RECUPERACION ANÍMICA  ME PUSIERON EN EL CAMINO DE LA TERAPIA FLORAL.  FUE TAL EL IMPACTO QUE TUVIERON EN MI VIDA ESAS ESENCIAS, Y LA SENSACIÓN DE CERCANÍA QUE SENTÍ CON ESE CONOCIIMIENTO QUE TOMÉ LA

FORMACIÓN COMO TERAPEUTA AL MISMO TIEMPO QUE GESTÉ A MI HIJO MAYOR. AMBOS SUCESOS SENTARÍAN LAS BASES PARA LOS POSTERIORES ENCUENTROS: LA MEDICINA ANTROPOSÓFICA Y LA PEDAGOGÍA WALDORF.

LA POSIBILIDAD PRIMERO COMO MAMÁ DE ACCEDER A LA MEDICINA ANTROPOSÓFICA HACE 9 AÑOS Y LUEGO A LA FORMACIÓN COMO PROFESORA WALDORF, LE DIO RAZÓN A MUCHOS DE MIS IDEAS CON RESPECTO A LA VIDA, A OTRAS FORMAS DE SANAR Y DE CRECER COMO SERES HUMANOS.  PERO POR SOBRE TODO ME ACERCÓ A UNA NUEVA CONCIENCIA DE LO QUE SOMOS Y CÓMO NOS RELACIONAMOS CON EL ENTORNO.

ESTE NUEVO CONOCIMIENTO RENOVÓ COMPLETAMENTE MI COMPROMISO CON LA VIDA, Y  CON MI TAREA DE EDUCAR Y CUAL BRASAS COMENZARON A ENCENDERSE Y A DAR LUZ TODAS ESAS VIVENCIAS DE LA NIÑEZ, Y DE LA TIERRA, EL CAMPO, LOS CULTIVOS DE COMIDA Y EL USO DE LAS HIERBAS.  FUE ENTONCES CUANDO TUVE LA CERTEZA DE QUE TODO AQUELLO HABÍA MOLDEADO MI EXISTENCIA Y MARCADO UNA TENDENCIA.  A TRAVÉS DE MI TAREA DIARIA EN LA ESCUELA WALDORF Y CON LOS NIÑES,  ME RECONECTÉ CON LA ESENCIA DE LA EXISTENCIA, LA NATURALEZA Y LAS LABORES SENCILLAS PERO TAN GRANDIOSAS DEL CAMPO.

 

III METER LA MANOS A LA TIERRA 

SOY PARTE DE LA PRIMERA GENERACIÓN DE LA FAMILIA EN ACCEDER A LA EDUCACIÓN SUPERIOR, PARTE DE LA GENERACIÓN QUE TIENE QUE “IRSE A BUSAR ALGO MEJOR”.  PERO COMO A DIFERENIA DE MIS PRIMOS, YO NO VIVÍA PERMANENTEMENTE EN EL CAMPO, PARA MI NO FUE NUNCA UN LUGAR DEL QUE ESCAPAR SINO MAS BIEN UN LUGAR PARA APROVECHAR AL MÁXIMO. Y MÁS EN LA ADULTEZ,  DONDE COMENZARON A SURGIR LOS NUEVOS ENTENDIMIENTOS. Y COMENCÉ ENTONCES A VER CON DESILUSIÓN Y NOSTALGIA  QUE EL LEGADO DE MI ABUELO, EL VALOR DE TENER UN TROCITO DE TIERRA Y DE SU SABIDURÍA EN EL CULTIVO, NO HUBIESE SIDO VALORADO POR MIS PRIMOS O TÍOS. NINGUNO EN SUS CASAS DABA ESPACIO NI TIEMPO A ESTE QUE HACER, CONTANDO CON TODAS LAS POSIBILIDADES.

POR OTRO LADO, UNA VEZ QUE MI ABUELO SE FUERA DE ESTE MUNDO. UNA DE MIS TÍAS, HACE UNOS 30 AÑOS ATRÁS, COMENZÓ LA TAREA DE FORESTAR ESTE TROCITO DE TIERRA,  HACER JARDINES Y PLANTAR Y PLANTAR. LOGRANDO ASI LO QUE HOY PARA NOSOTROS ES UN PARQUE. UN BELLO ECOSISTEMA, CON UNA GRAN VARIEDAD DE PLANTAS, ARBOLES, ARBUSTOS, FLORES Y HIERBAS.

DE UN MOMMENTO A OTRO ME DI CUENTA QUE ESTE VACIO EN LA HISTORIA,  ESTE ESPACIO NO HABITADO POR MI GENERACIÓN, ESE PESAR,  ERA MÍO!!! Y ESE  DESEO Y GANAS DE PODER OBETNER FRUTOS, ME  LLEVARON A TOMAR JUNTO A UNA COMPAÑERA Y AMIGA QUE RECIEN CONOCÍA, UN TALLER DE HUERTO. Y LA MAGIA SURGIÓ, Y LOS ESPACIOS SE ABRIERON Y YA NUNCA NADA FUE IGUAL.


IV UN TUMOR

EL TERREMOTO QUE CAUSÓ QUE UNA AMIGA FUERA DIAGNOSTICADA DE CÁNCER, QUE UN PROYECTO LABORAL SE TRUNCARA Y QUE UN SEGUNDO HIJO VINIERA EN CAMINO, REEDIRIGIERON MI VIDA Y LA DE MIS NIÑOS AL CAMPO, AL TERRENO FAMILIAR.  COMO UN GRAN IMPULSO,  UN TUSUNAMI, DEJÉ COSAS IR Y LAS OTRAS SE ACOMODARON.  NO HUBO DUDAS, SÓLO CERTEZAS. LA VIDA ME ESTABA  LLEVANDO A HACERME CARGO DE LOS DESCUBRIMIENTOS QUE YO VENÍA DEVELANDO  HAE 10 AÑOS ATRÁS.  Y AUN QUEDABA UNO MÁS. PUES AL CABO DE POCO TIEMPO DE ESTABLECERME EN EL CAMPO LA NOTICIA DE UN TUMOR DE 5 CM EN MI CUERPO LLEGABA A CONTARME QUE PARA PODER UNIRME POR COMPLETO A LO QUE MIS ABUELAS ME ENTREGARAN COMO DONES YO DEBÍA SANAR PROFUNDA Y ROTUNDAMENTE.

Y ES LA TAREA EN LA QUE ME ENCUENTRO HOY. PERMITIÉNDOME MUCHAS COSAS,  ABRIGÁNDOME.  DESCUBRIENDO A LA TIERRA COMO LA GRAN POSIBILIDAD DE ESTAR UNIDO A ALGO MAYOR Y AL MISMO TIEMPO EXPANDIR LA PROPIA ESCENCIA Y LA CONCIENCIA.  ENCONTRANDO EN LA TIERRA SALUD Y SOSTÉN. LUGAR, CAMINO Y BÚSQUEDA. CONSUMIENDO DEL HUERTO, Y DE LAS HIERBAS. REPRODUCIENDO, CREANDO Y MULTIPLICANDO.  SINTIENDO LA PACIENCIA, LA TIBIESA Y LA ESPERANA DE LA SEMILLA.  Y AL MISMO TIEMPO QUE ME ENCUENTRO CON MIS DOLORES, INCERTIDUMBRES, MIEDOS Y PENAS, CAMINO APOYANDO A OTRES EN SUS PROCESOS,  A TRAVÉS DEL REENCUENTRO CON LA TERAPIA FLORAL.  

UN BUEN DÍA MI AMIGA, QUE SANA TODOS LOS DIAS DE SU CÁNCER Y QUE DESPIDIÓ A SU TUMOR, CON LA QUE TOMÁRAMOS AÑOS ATRÁS UN TALLER DE HUERTO, ME ENIVÍO EL ANUNCIO DEL COMIENZO DE LA FORMACIÓN DE TERAPIA HORTÍCOLA, LO QUE INMEDIATAMENTE LE DIÓ UN NUEVO RUMBO A MI QUEHACER Y ENCENDIÓ UN DESEO EN GRANDE!, TRANSFORMAR ESTE ESPACIO, MI CASA, EN UN JARDÍN SANADOR, REPLETO DE POSIBILIDADES,  DE DISFRUTE Y POR SOBRETODO DE GOCE. PORQUE SANAR ES UN CAMINO URGENTE Y POSIBLE.

 

                                                                                                                              

 

 TERAPIA HORTICOLA Y HERBOLOGÍA 2021 - HERBARIUM

PRIMER TRABAJO : INTRODUCCIÓN A LA TERAPIA HORTÍCOLA

Profesor: Marie Arana-Urioste

Autor: José Sanhueza Céspedes

Conectar con el mundo en el que habito, la tierra que piso, el alimento que me nutre, el microcosmos de organismos que me componen y que entre tantos me componen uno, la microbiología que sostiene la vida toda, la historia del cosmos, los ciclos que transitamos. La comprensión del mundo desde una sensibilidad ecosistémica, para entenderme tanto material como espiritualmente. Volver a ser, reaprender la vida y abrirme a repensar la historia, de posicionarme críticamente. Hoy reafirmar una vocación humana frente a un escenario de desastre ecológico, frente a un modo de progreso que consume los recursos naturales y nuestra energía misma, en la regeneración de la vida, la búsqueda de una salud holística, de sabiduría ancestral. Hoy, además, brújula de sentido y de buen vivir.

Son infinitas y más complejas cada vez que las pienso, las dimensiones, sentimientos y razones con las que quiero vivir mi relación con la naturaleza, con la jardinería y la horticultura. Siempre distinto y evolucionando, como Ella toda, más puedo reconocer desde mi niñez que ha sido trascendental ese vínculo con la naturaleza para comprenderme y contenerme, para las ganas de ser y hacer cosas, de sentir, de entenderme también. Más de modo vertiginoso, y cada vez más irrenunciable y conscientemente, el dedicarme y sentirme en vínculo con la naturaleza ha sido mi punto de calibración, la plataforma de mi autocuidado.  Y como no si no soy en nada, sino en mundo y de mundo. No soy sin tierra, sin minerales y nutrientes desde mi composición molecular, no soy sin una multiplicidad de seres, desde que la conformación de mi flora intestinal aún antes de nacer. Desde el mundo que sostuvo la historia que me permitió ser. Con todo esto, en un plano singular, es también desde experiencias y aprendizajes fundamentales para mí, puedo vivir hoy con esa comprensión, disfrutar aprender, construir sentido y buscar trabajar desde y para esa conexión.

Hay tempranas memorias, que tengo reconstruidas gracias a voces de otros, de mis primeros años de infancia, del momento en que logro tomar consciencia y atención de la lluvia, o de la inmensa cordillera. La contemplación y asombro, es quizás entonces, la primera forma de enamoramiento con la naturaleza que tengo registrada. El deseo también se hace presente a los pocos años después, ya más inserto en el lenguaje, al pedir flores para el jardín de regalo de navidad. Me gustan mucho esos recuerdos o anécdotas que me reconstruyó mi mamá. Me hacen pensar en una vinculación temprana con la naturaleza desde su belleza e inmensidad, me reconforta saber que antes de estar más “formado”, persistía esa consciencia de mundo y esa relación sensible y espontáneamente devota.

Por otra parte, desde mi temprana infancia, aunque sin saberlo, fueron plantas medicinales las que sostenían la salud familiar, los cuidados ante resfríos casi siempre los tratamos con homeopatía y en paralelo, mi abuela comenzaba a dedicarse a las terapias holísticas y nos asistía con flores de Bach. Aunque durante algunos años me distancie de servirme de estas tradiciones, en retrospectiva sentaban ya bases para mi vínculo con el poder curativo de las plantas.

Desde otras experiencias me nutrí en la adolescencia, comenzando una trayectoria de scout, tuve la suerte de conocer montón de paisajes alucinantes durante mi adolescencia. Recorrer y vivir temporalmente inmerso en bosques ancestrales, recorrer tramos de montaña y visitar inmensas fuentes de agua. Aunque torpe e incipiente, se hizo más cotidiana con un estar en un espacio natural, asociado a experiencias de vacaciones, la recreación. Habitar en y con la naturaleza, significaron para mí el espacio de juego y crecimiento, de reflexión y autoconocimiento, también por cierto de conexión con lo divino. Comencé a cultivar un amor por la protección y admiración del bosque. Desde ahí en adelante, el escaparse a sitios con mayor naturaleza resultó una prioridad hasta el día de hoy. También en esos años y asociado a esas vivencias comencé a trabajar la conciencia crítica respecto al espacio social al que siempre retornaba. Más tarde comprendería que esta diferencia brutal de la energía de espacios naturales con la vida en la ciudad de Santiago resultaba de una diferencia de estilo de vida en lo particular, pero por una contradicción profunda entre sociedad y naturaleza en la historia occidental en que nos situamos.

Mi formación escolar y familiar, si bien abrió privilegiados para conocer y conectar con esta consciencia ecológica, también se contextualizaba dentro de una vida en ciudad capital, urbanizada y gris, cuya cultura, significados, temas y espacios están mayoritariamente dispuestos desde principios occidental y patriarcal. Mi mundo de la vida entonces siempre fue mayoritariamente inserto en ese contexto, sumamente desconectado de los ritmos naturales y caracterizado por la velocidad, el consumo, el trabajo y la técnica como una aproximación al mundo en tanto objeto. Al fin de la escuela ya había un sentimiento de disconformidad con el mundo que me había tocado conocer, si bien siempre agradecido de mis oportunidades, indignado también con la injusticia social, desencantado con la cosmovisión hegemónica y dolido por el daño histórico a los pueblos originarios y la explotación de recursos naturales. Mientras estudiaba psicología, si bien esta sensibilidad me movilizaba y afirmaba sentido, también en este ritmo y contenido de la vida me deprimí, sentí sin energía y sumamente desorientado. 

Atravesando esa etapa congelé mis estudios durante un año, eso fue hace 6 años atrás. Junté valor, ahorros y un par de razones y logré concretar el sueño de viajar a Brasil, para dedicar un tiempo aprender sobre dos disciplinas que comenzaba a conocer, y ellas a revitalizarme, y mostrarme otras formas de ocuparme: la Permacultura y la capoeira Angola.  Coincidían ambas en una referencia que sabía podría conocer, más no adelantaba como me impactarían y determinarían en adelante. En ese viaje habite en una hacienda agroecológica, dedicando mis días a aprender y cooperar con la mantención del huerto y la agroforestal, en paralelo al insertarme en una experiencia de vida comunitaria y aprender del universo de la capoeira angola, como práctica afrodescendiente y portadora de una cosmovisión en resistencia. Ambas matrices, la agroecología y capoeira, presentaron una entrada a otra lectura sobre la historia, la relación con la tierra y los modos de educar, entre tantas otras cosas.  No podría extenderme lo suficiente al respecto en esta oportunidad. Pero sin duda es una vivencia que abrió las puertas a la posibilidad de proyectar la vida  en un contexto rural, a pensar formas de colaboración y comunidad en las que quisiera participar y conectar profundamente con la abundancia y disfrute que entrega el dedicar la propia energía en el trabajo hortícola.  Concebí esto último como dar vida a la vida y como una manera en la que desde los principios de la permacultura, podría significar un estilo de vida que implicara trabajar a favor de la naturaleza y no en su contra, sin dejar de trabajar para el bienestar de las personas y la organización de circuitos de intercambio justos.

Al retornar a Santiago, termine la universidad encantado con las posibilidades del trabajo comunitario y del aprender de cosmovisiones ancestrales, como fuentes de sabiduría para pensar nuestra salud, nuestra comunidad y la satisfacción de nuestras necesidades. Con estas intenciones, luego de unos meses trabajando en contextos educativos, fui invitado a integrar un proyecto de agroecología urbana a través de la Fundación Huertas Comunitarias.  Junto a un equipo de trabajo de ciencias sociales y ambientales, realizamos diferentes proyectos en los que nuestra propuesta era realizar espacios de educación ambiental como estrategia de fortalecimiento comunitario, a través de la creación de Huertos comunitarios en barrios y espacios educativos.  En estos años me desempeñe como gestor comunitario y profesor de huerta, 5 de 5 proyectos fueron cada uno una experiencia hermosa y llena de aprendizajes. Tanto en mi aproximación técnica a la horticultura y herbología, como en la dimensión social y lo que se produjo de cada uno de esos encuentros con las comunidades locales.

En Buin, junto a las vecinas de Los Hidalgos transformamos un sitio eriazo en un hermoso jardín medicinal para que la junta de vecinos fuera un espacio más acogedor. Al igual que en Villaseca, donde los vecinos se venían recién conformando como barrio y no tenían espacios de encuentro. Ambos sitios se modificaron de un modo alucinante, al igual que se fortalecieron vínculos y organizaciones vecinales que perduran hasta hoy. Las experiencias de diseño comunitario, trabajo colectivo y producción de alimento y medicina junto al hermoseamiento del sitio resultaron infinitamente reconfortantes. Pese a realizar la intervención en pleno verano. Esta primera experiencia me conectó con mi facilidad para enseñar, y darme cuenta que mientras comenzaba aprender ya podía ir facilitando experiencias para traspasar bienestar y conocimiento a otras personas.

En la población Huamachuco de Renca y Bahía Catalina en La Florida, tuve dos experiencias alucinantes acompañando y ofreciendo servicio a 2 huertas comunitarias que sostenían adultos mayores de cada barrio. En ambos espacios pude conocer a mujeres que se transformaron en mis maestras de horticultura urbana. La señora Leontina, junto a Rosita y Mónica, son mujeres guardianas de semillas que con su esfuerzo transformaron radicalmente espacios urbanos en medio de poblaciones con altísima vulnerabilidad y deterioro ambiental, pequeños oasis de biodiversidad. El cambio de energía que se producía al estar en las huertas, y las actividades comunitarias que desarrollamos en torno a la huertas, resultaban una experiencia sumamente sanadora para los que participamos. Tanto el trabajo de inclusión y participación que hicimos con las mujeres adultas mayores en la Florida y los talleres educativos para la escuela aledaña a la junta de vecinos en Renca fueron tremendas.  Luego el taller de huerta en el colegio Andalién en Colina, fue un trabajo sumamente desafiante, pero lleno de vitalidad también, en la que pude descubrir las potencias de transformar el espacio de clases, llevar la sala al patio e integrar la horticultura a la enseñanza de otras materias, así como también al trabajo de la convivencia escolar.

Por sobre la modificación de los espacios, la comida y abono producido (no menor) la experiencia de diseñar y facilitar junto a mi equipo, programas de horticultura y fitoterapia para niños, así como para adultos mayores fue una práctica en pedagogía popular tremenda. Fue sintonizar con la posibilidad de realizar lo que más disfruto, que es el trabajo hortícola, con la facilitación de experiencias de sanación en un sentido holístico, experiencias de integración y aprendizaje para otros. La posibilidad también de en estas transformar los modos de funcionar, favorecer la valorización de otros saberes, dar importancia al cuidado y conexión con la naturaleza como fuente de nuestro equilibrio y como parte de la naturaleza.

Hoy, residiendo en Valdivia desde hace año y medio, voy extrañando esos proyectos y buscando alternativas para seguir dando lugar a esas prácticas como motivo fundamental de mi ideal de trabajo.  Desde un escenario con mucha más vegetación, y una presencia cotidiana de los elementos, el bosque y la lluvia tomándose la ciudad.. Me propuse este año dar lugar a instancias de formación que me permitan seguir preparándome tanto para seguir facilitando experiencias como para la proyección de una vida en el campo. Por eso en enero concreté una formación en el sitio Raíces del Viento, un centro de Permacultura en el Valle del río Puelo, todavía más al sur. Experiencias sumamente reveladoras, donde pude conectar con personas que han concretado mi sueño de vida y al igual que yo y tantos han transformad su vida desde la horticultura como práctica regenerativa de nuestro espíritu y del mundo claro. Luego se abrió la formación en Terapia Hortícola que hace años había investigado con curiosidad más sin encontrar la oportunidad de formación o tener la posibilidad de costearla.

 Junto al otoño llegó también un redescubrimiento del mundo Fungi, y una profunda conexión con los ciclos, y la vida que se renueva, la vida que avanza siempre con otras formas de vida.  Así también, estoy personalmente buscando la renovación y recalibrando energías para seguir avanzando en este camino que comienzo a descubrir, pero que me ha llenado de energía y bienestar, que me ha llenado de sentido también a través de otras personas, y que ha dado contenido a una nueva mirada sobre el trabajo que quiero realizar, así como de la comprensión de la vida con la que quiero contribuir.

 

 


INTRODUCCIÓN A LA TERAPIA HORTÍCOLA

Alumna: Jessica Urrutia

 

De los primeros recuerdos que se me vienen a la mente respecto al encuentro con la naturaleza, horticultura o la naturaleza son los siguientes:

 

·          Primeramente, fue recorrer la cocina de mi abuela y disfrutar del perfume de las hierbas colgadas en las paredes junto a las cuelgas de colores brillantes de los diferentes tipos de ajies, también de las cuelgas de cebollas, ajos o los canastos de papas.  En mi cabeza de niña de más o menos 6 años era la imagen de un cuento de brujas buenas y donde Marina, mi Abuela paterna era la brujita del cuento. Ella mezclaba es su caldero mágico (olla) los alimentos, las hierbas y la inolvidable pasta de ajo-morrón-sal que hacíamos en el mortero. Era mi deleite luego, chupetear el machacador y aunque quedaba pasada al ajo jamás tuve afecciones respiratorias. Mi abuela me heredo mucho de ese conocimiento mágico del jardín mezclado con la cocina. Todo era un ritual endulzado con leyendas que mucha de ellas me imagino que eran un invento para hacerme comer algo que no me gustaba.

 

·         Otro recuerdo que tengo siempre muy presente y que es recuerdo de familia porque muchos pudimos comer papas fritas, es el siguiente: 

Yo quería cultivar una papa para luego comerla como papa frita. Yo muy aplicada seguí el consejo de mi abuela que decía que debía plantar un trozo de la papa en luna menguante (ella me diría cuando era ese día) además debía ponerle mucha agua y no olvidar hablarle a la papita y con eso  yo tendría una papa grande para que luego la cocináramos como papa frita.  No sé realmente cuanto tiempo paso desde que la plante el trozo papa en el jardín que tenía ella, ni cuanto la regué o cuidé o ni que cosas le hablé, pero seguí las recomendaciones que dijo mí abueli._La cosa  es que un día cuando ella estaba cocinando me llamo para decirme:

 Hoy es el día especial para que saques la papa de la tierra y la podamos cocinar. Yo escuché y partí corriendo al jardín con una cucharita de té a escarbar donde estaba la mata, comencé muy entusiasmada pero al poco rato me di cuenta que la cucharita no me sirvió, corrí nuevamente a la cocina a buscar una de esas cucharas antiguas de bronce, una que creo que eran para servir las ensaladas porque para sopa no era jajajaja, ahí seguí mi tarea de escarbar y escarbar para sacar esa papa que tanta ilusión  me hacía, paso mucho rato y luego de un arduo trabajo…….. Mi asombro y el de mi abuela fue sacar una tremenda papa, para mí era una cosa gigantesca. (hasta el día de hoy jamás he visto papa tan grande como esa).

Ese almuerzo fue delicioso y especial porque tenía la papa frita que yo había plantado.  Un tío que llego de visita también alcanzo a disfrutar de esa papa y mi abuela le conto la historia a su manera de como yo plante, cuide y hasta le hable a la papa. Que gracias a todo ese esfuerzo llego a ser una gran PAPA jajajjajaja.

·         Otro recuerdo inolvidable que tengo del contacto con la naturaleza, la botánica, el arte, la perfumería y la clase de pociones o elixir de vida (hoy sé que son macerados alcohólicos) Junto a Marina, mi abueli.

·         Eran las largas tardes de verano bajo el parrón.

A diferencia de mis compañeras de colegio que disfrutaban de los paseos a la playa o al campo, Yo Jessy amaba las vacaciones en casa de mi abueli. Esas vacaciones en su pequeña casa pareada, con un jardín lleno de secretos mágicos y que para mí era gigante (en realidad era pequeño de 4metros de ancho por 7metros de largo o menos). Donde tenía un parrón con 4 variedades de uvas de las que yo conservo 3 variedades, una enredadera hermosa que ella le llamaba yema de huevo, donde siempre había alguna lagartija que se llamaba PEPITA, de esa enredadera también tengo una mata en casa y que es mi tesoro, pero sin PEPITA. Las calas, hortensias y las bailarinas eran también algo que a ella le encantaban y de las cuales yo herede matitas.

Recuerdo con amor y gratitud las numerosas tardes bajo ese parrón aprendiendo a pintar manteles o bolsas para el pan de telas con timbres fabricados en papas o zanahorias. Cortábamos con mucho cuidado la papa con diseños de flores, frutas y hojas a las que después le colocábamos pintura de tela y dejábamos volar la imaginación, también llenábamos una jeringa de aguja doblada con la pintura de tela en color verde o café para hacer los zarcillos de las plantas o las enredaderas. Algunas de esas obras de artes se mantienen aún en la familia. Mi mama tiene un mantelito que hice, una obra que tiene frutillas con sus hojas y sus zarcillos, claramente esta deshilachado y casi sin color, pero existe porque fue un regalo. No recuerdo si de navidad o de día de las madres, porque siempre fueron fabricadas para alguna fecha especial.

 

·         También durante las tardes de verano y luego que un señor gordito de cachetes rojos, pasaba una vez al año con un par de cámaras de bicicleta o de autos atravesadas al hombro, llevando el elixir de la vida (aguardiente). El solo pasaba por las casas de sus clientas antiguas ya que para esa época era una venta clandestina, me llamaba la atención que el corcho de esas cámaras, eran coronta de choclo. Mi abueli compraba lo que cabía en una garrafa grandota color verde.

Una vez comprada el agua mágica, comenzaba la preparación de las pociones, juntábamos diferentes hierbas, verduras, frutas y hasta flores para hacer las más variadas pócimas, el material vegetal lo colocábamos en botellas de bebidas de vidrios o francos de vidrios y luego las llenábamos con el agua ardiente. A esas pócimas hoy les llaman enguindados, apiados, mistelas, bajativos o mi preferida el Agua de colonia. Esa agua de colonia que preparábamos con los azahares del limón y naranjas a la que también le colocábamos flores de lavandas, romero, un trozo de canela y clavos de olor si es que había en casa. Todas esas botellas llenas de colores, hierbas, frutas, verduras y amor quedaban bien tapadas sobre una alta caseta de concreto que guardaban los cilindros de gas. En ese lugar a pleno sol quedaban las botellas por un par de meses, luego preparaba mi abuela un caramelo de azúcar que se le agregaba a todas las pociones menos a mi agua de colonia.

Con esa bruja buena, aprendí a usar la poción correcta si es que me dolía el estómago o si tenía enfriamiento y ya cuando era mayor simplemente el disfrute de una copita de licor de guindas para la sobre mesa que podía durar horas si las leyendas o los cuentos no se terminaban.

 

Mi abuela Marina fue la que me acerco a la naturaleza y a las cosas que ella trasformaba mágicamente en la cocina. Marina siempre me enseño la parte más lúdica y esotérica de las plantas y cuando siento el perfume de las fresias sabiendo que no es la época de floración. Sé que es porque ella está a mi lado, ya que las fresias eran sus flores favoritas.

Ella fue la que más me apoyo cuando dije que quería estudiar agronomía, no se pudo agronomía, pero a falta de agronomía bueno fue ser técnico agrícola.

 Siento que voy por buen camino y espero algún día dejar una huella o una llamita de su conocimiento en mis hijos o nietos. La sabiduría de la naturaleza no se debe perder, al contrario, debe ir creciendo y mejorando.

 

Y ….ABRAKADABRA. PLIMPLUM KATAPLAM …..

 QUE ESTE CONOCIMIENTO LLEGUE COMO UNA LLAMA AL CORAZON DE LOS DEMAS.  

 

 

 

 

 INTRODUCCIÓN A LA TERAPIA HORTÍCOLA

Primer Trimestre 2021

Profesor: Marie Arana-Urioste

Alumna: María Isabel Pacheco Pizarro

1.- Piense en su propia experiencia con la horticultura… 

La Tierra y sus cultivos son mi pasión, la tierra y la naturaleza me ha alimentado, ha alimentado a mis hijos, muchas veces me ha sostenido en momentos difíciles y críticos emocionalmente.

Me regaló el SENTIDO y VÍNCULO con ella. Me abrió las puertas de su casa y de su ser.

 - ¿Tiene alguna vivencia especial en relación con la naturaleza o a la jardinería?

 En la Naturaleza: Cuando era muy pequeña, fuimos con mis padres a las Termas de Socos, cerca de Ovalle, en el lugar hay aguas termales, y recuerdo mi encuentro con el agua en la piscina termal, el color del agua, su frescura hidratante y liviana.

 Además, recuerdo el inmenso misterio que flotaba en el aire, cuando visitamos El Valle del Encanto, en donde hay un circuito de observación, con piedras gigantes, y muchos petroglifos. Un pequeño riachuelo, lleno de plantas acuáticas y libélulas. Realmente ese lugar me impregnó de su magia, caí en su encanto y de alguna manera definió, que cuando grande, me viniera a vivir a la IV Región.

- ¿Tiene recuerdos de niñez o algún descubrimiento del mundo del jardín o del contacto con la naturaleza?

 Para mí, toda la naturaleza era y es, un misterio y encanto. Las arañas con sus telas, las flores, los chanchitos de tierra debajo de las piedras, las mariposas, los caracoles, el color del cielo, los días eran eternos.

 Alucinaba con los días de picnic en el Cajón del Maipo, eran una fiesta de encuentro con el río, los árboles, el viento.

 Los viajes a Combarbalá y los paseos al cerro, jugar al luche en la sombra de los árboles en días de calor, con ese aire seco de la cordillera nortina.

 Los veraneos en Guanaqueros, con su arena amarilla y el mar tibio y envolvente, la familia completa disfrutando y cumpliendo el ritual anual, del viaje a Guanaqueros.

 Creo que todos estos paisajes, contribuyeron a que yo decidiera venir a vivir a la IV Región, por toda esa añoranza de la niñez.

 - ¿Ha observado a otros que hayan sido de alguna forma tocados o marcados por experiencias con la jardinería o la naturaleza?

 Si, ese es el caso de mis dos hijo e hija. Prácticamente se criaron en el campo, en el sector de La Colonia, en Illapel.

Rodeados de hortalizas y hierbas medicinales, de perros, de vacas, burros y caballos.

Ellos fueron marcados por la vida de campo, y añoran regresar a ese tiempo idílico.

Aprendieron a cosechar lechugas, a pelar habitas nuevas, a sacarle leche a una vaquita joven, a hablar con los caballos, a tener y cuidar perritos.

Aprendieron de abejas, de hierbas medicinales, del canto de las ranas chilenas, de columpiarse en un sauce, de grillos y mariposas nocturnas.

Finalmente vivíamos en un paraíso.

Por favor escriba un ensayo (1000 palabras) referente a la horticultura, naturaleza o jardín y su propia experiencia.

 En tiempos muy difíciles, la tierra me abrigó, me sostuvo, me dio esperanza y sentido de vida, me enseñó que todo cambia, que toda muta, que la vida sigue, vuelve una y otra vez.

Me enseño de las estaciones y su periodicidad.

 Agradezco a la madre tierra por sus maravillosos alimentos, llenos de sabores, colores y nutrientes, admiro la alquimia que ejerce. No dejo de maravillarme, que, desde una pequeña semilla que brota, se desarrolla una hortaliza, que es un cúmulo de nutrientes para nuestra salud y vida.

A tal punto llega mi pasión, que luego de aprender horticultura, me dedique a enseñar, creando (Con logros y errores) a articular y sistematizar módulos de clases, adaptando lo aprendido y aprehendido, con este clima mediterráneo de transición, como es el de esta bella IV Región.

 He dado clases a varios grupos de mujeres, de diferentes orígenes, países, con diferentes niveles socioculturales, a niños y niñas, a reclusos, todos ellos me han enseñado su verdad, su parte lúdica y sus sueños con la huerta. Por que la huerta y el jardín, son el espacio de los sueños y esperanzas, de la fe, de la ilusión, del milagro concreto y de la recuperación y de la sanación.

 En cada año realizo cerca de 2 cursos completos, son una introducción a la horticultura, en donde vemos y estudiamos todos los aspectos iniciando desde cero, hasta que cada alumna o alumno pueda producir su alimento.

 Como continúo estudiando en el -laboratorio de la naturaleza- cada año aprendo más, y voy mejorando y actualizando las versiones del curso.

 La huerta me llevó de la mano a la preocupación por el medioambiente (O tal vez fue al revés), separando los desechos orgánicos y degradables, para comenzar a compostar. Luego llegaron las lombrices, comiendo los deshechos de la cocina, mancomunadas con las hormigas y tijeretas, haciendo un festín en la lombricera, al producir el humus.

 La concadenación de una acción con otra en la huerta, me da permanentemente una sensación de un continuo fluido, esto me da seguridad y cambia mi perspectiva del año, porque el calendario agrícola y sus temporadas, es mas importantes, que las fechas del calendario gregoriano.

 La valorización de las semillas, el reunir semillas de diferentes especies, hasta llegar a consolidar pequeños bancos de semillas, me ha regalado una valoración inmensa por la vida. Para mi son un tesoro. Fomento los bancos de semillas en las alumnas: siempre destaco que, de una semilla de lechuga, se pueden cosechar más de dos mil.

Así de generosa y perfecta es la naturaleza.

Estoy agradecida por que la horticultura me dio mi sitio en la vida, y me enseñó como servir y aportar a mis semejantes.

 

 


ENSAYO TH (1º trabajo).

Maria Jesús Díaz

            Mirando hacia atrás en mi vida, logro encontrar muchas oportunidades en donde la naturaleza ha sido protagonista y ha hecho lo suyo en mi persona, dejando esos recuerdos profundos en mi memoria sensorial. Desde muy pequeña tuve la fortuna de tener una abuela y una tía abuela verde que amaban las plantas, cuidaban de su jardín, sus flores y sus frutos, como a un hijo. Me regalaron muchos momentos de jardinería llenando mis recuerdos de tardes cálidas al sol, el viento y el olor a las fresias blancas florecidas, también regando el jardín junto al olor de los azares del limón. Son recuerdos muy dulces y atesorados para mi, incluso aun conservo una dracena que mi abuela le regaló a mi madre cuando yo tenía 10 años y hoy es parte de mi hogar. Esto me hace ser consiente de que cada planta de interior de mi hogar marca un hito importante en mi vida (matrimonio, aniversario, primera casa, etc.).

            Tengo también recuerdos de niñez en el campo de mi tío Mingo en Lautaro levantándonos temprano a ver los animales, huerteando, cosechando los frutos con los que mi tía Silvia cocinaba una rica cazuela al almuerzo (Tengo muy presente el olor de ese cilantro recién cortado sobre el plato de cazuela calentito).

            Creo tener innumerables veces en que la naturaleza ha dejado marca en mi vida, pero recién hace 4 años cuando me hice madre hice consiente la importancia de poder trasmitirlo a mis hijos. Luego hace 3 años y como reacción a un dolor crónico, por el cual tuve que hacer cambios importantes en mi estilo de vida. Le di la importancia que necesitaba, trabajando diariamente en mi huerto urbano. Trabajo que fue sanador, sanando mi dolor, centrando mis pensamientos y estabilizando mis sentimientos. Por lo que entendí mi pasión por el huerto y decidí que era mi pendiente en la vida. Hoy día me estoy haciendo cargo de esa decisión como familia, viniéndonos a vivir a la Patagonia, invirtiendo tiempo en nuestro huerto familiar, alimentándonos de comida feliz como yo le llamo (verduras orgánicas que respeten la estacionalidad). Además de estar desarrollando un proyecto de Terapia Hortícola en donde pueda compartir, educar y de nuevo usar el huerto en ayuda de otros.

 

 


INTRODUCCIÓN A LA TERAPIA HORTÍCOLA

Primer Trimestre 2021

Profesor: Marie Arana-Urioste

Alumna:  Mariana Henriquez F.


Me llamo Mariana. Quisiera contarles algunas cosas de mí para que puedan conocer lo que significa sembrar y ver crecer plantas para mí.

Hace algunos años las plantas me salvaron de la pena más profunda que he tenido en la vida. Había perdido una guagüita con un embarazo avanzado y me sentía sola, abandonada por el mundo, nadie podía entender que yo lo haya sentido vivo, que sabía quién era, nadie podía acompañarme en ese sentimiento porque solo yo la había conocido. Era tanta mi pena que no podía salir de mi casa porque me daba angustia encontrarme con alguien y que me volviera a preguntar cómo estaba mi guagua, y tener que revivir nuevamente el dolor. Avanzaban los meses y en un momento pensé que la pena no se iría nunca y que yo iba a SER triste para siempre. Levantarme, cuidar a mi otro hijo, trabajar, eran cosas que hacía, funcionaba la cotidianeidad, pero en el fondo sentía que nunca más iba a sonreír.

Andando como zombi, de repente me llegó un folleto para aprender a hacer un huerto urbano. Hasta esa fecha yo había matado más o menos 20 plantas, que eran las que habían caído en mis manos y que me habían regalado familiares y amigos. Entre esas una orquídea hermosa, regalo de mi (ex) esposo, lo que provocó un grave problema entre nosotros. Pero yo no le hacía a lo verde. Y tampoco me interesaba porque nunca me había interesado, siempre había alguien que cuidaba las plantas por mí.

Tomé el curso por si acaso, como para seguir una moda, y algo pasó cuando comencé a aprender de suelo, tierra, plantas, semillas, flores, bichos, empecé a entender cómo funcionaban todos juntos en un equilibrio simple y amoroso. Se cuidaban entre todos, las semillas protegidas por los frutos, las flores llamando a los bichos que se alimentaban de ellas y las multiplicaban, los frutos que podíamos disfrutar, tomando lo que necesitamos solamente. Fue mi epifanía, un mundo que observaba y me deleitaba, yo metía las manos a la tierra y siempre algo pasaba.

Mi mamá y mi abuela, las dos ya fallecidas hace varios años y que me habían hecho mucha falta en el momento de mi pena, eran muy delicadas con sus plantas y jardines, siempre sabían cómo cuidarlas, conocían sus nombres, eran muy generosas con ellas, y las plantas les devolvían su hermosura. Nunca vivimos en el campo, siempre hemos vivido en la ciudad, pero recuerdo que cada rinconcito de sus casas era pensado para disfrutar una flor o un olor. En la casa de mi mamá hay un jazmín del cabo, plantado por mi abuela, ha sobrevivido a las dos y seguimos disfrutándolo. Ellas se encargaban de darle verdor a la familia.

Cuando las semillas que plantaba comenzaban a germinar, ellas volvieron a estar a mi lado y me acompañaron. Mis dedos se hundieron en la tierra y ver las plantas crecer me devolvió la alegría. Entendí la dulzura que me evocaba cuando las miraba plantar y mover maceteros, y la rabia que les daba cuando alguien las pisaba o rompía, y probablemente habíamos sido mis primos y yo jugando. Entendí que sus jardines estaban en equilibrio, por eso estaban lindos. Entendí que la tierra me podía dar equilibrio a mí también.

Es bien raro, pero cuando planté en mi casa, sentí que podía volver a florecer todo. Que, si la planta se muere para dar semilla, y esa semilla crece, entonces yo podía sanar mi pena, con ellas. Sembrar y que nacieran cosas nuevas desde el dolor.

Han pasado como 6 años desde ese momento. Y hace unos 3 años empecé a hacer girar mi profesión. Como arquitecto trabajo en un servicio público muy árido para la naturaleza, pero de gran aporte a las personas y la ciudad, el Metro de Santiago. Sintiendo que aportar a la calidad de vida de las personas de mi ciudad no era para mí suficiente con lo que hacía, comencé a estudiar paisaje, a investigar sobre parques, a tratar de integrar mi experiencia en este lugar. La verdad es que ha sido muy difícil, porque nuestro país vive momentos complicados, y convencer a un montón de ingenieros que las áreas verdes son buenas para los vecinos de las estaciones es bien complejo. Está difícil hacer que brote el hormigón.

Hoy en mi casa tengo un pedacito chico de patio, dos o 3 metros cuadrados y varios maceteros. Tengo acelgas para hacerle guiso a mi hijo todo el invierno. Teng




o pimentones, morados este año, para probar nuevos colores. Tengo orégano, romero, perejil que mi hijo corta cuando le pido para cocinar. El año pasado, él hizo los almácigos cuando empezábamos la cuarentena, para lechugas, brócoli, habas. Los regalamos a algunas amigas y vecinos. Y ahora entiendo que mantener mi tierra sembrada, cuidada, me permite calmar mi ansiedad, cultivar otras hierbas para mis dolores emocionales y físicos. Además de ser una actividad de resistencia, no importa lo que digan, ni dónde estemos, ni lo que esté pasando al rededor, yo le tengo fe al futuro porque la tierra me sana.

La pandemia nos ha dado vuelta la cabeza. Y en parte por eso decidí tomar este curso. Y aprender de donde sea, tomar otros cursos de paisaje, suelo, plantas, etc. Me integré la huerta comunitaria de mi barrio, un tremendo oasis en un sitio abandonado que florece contra viento y pandemia. Creo que esta pandemia es un remezón gigante y una oportunidad para hacer cambios importantes, girar desde el interior para abrirse a nuevas formas de vivir la vida, juntos, en respeto de los tiempos y dolores de todos.

Creer en este nuevo futuro me da fuerza para aguantar los tiempos duros. Las plantitas son nobles, nos dan tiempo para mirarlas, descubrir sus hojitas nuevas, el color luminoso cuando son pequeñas y los colores intensos cuando ya son más grandes. Cuando una hoja cae, atrás vienen otra para renovar la planta entera. Espero que Dios me siga guiando, ayudándome a aguzar mi instinto para realizarme desde el lugar que estoy ahora y repartir la sanación que conocí hundiéndome en la tierra.

 

 

Ensayo I / Terapia Hortícola Junio 2021 

Alumna: Antonieta Molina

Algarrobo, el mar y los bosques de eucalipto soplando sensación de bienestar, infancia de veranos eternos de aromas profundos a algas marinas y brisas de mar y su fauna, al ocaso humea el carbón quemado. Senderos de bosques y aromas ‘playeros’ marcaron el sentirme feliz o en bienestar, sobre todo frente a su majestad el mar. 

 El llamado Jardín del Este en Vitacura donde nací, imponente en su verdor y arboles, tardes de contemplación lo observé de la ventana de mi pieza, un jardinero campesino me llamaba la atención. Los arboles crecieron el olor a Pino, Aromo, la sombra del Algarrobo. ¡Infancia con Árbol Navideño vivo!, recuerdos de lujo para vivir en la ciudad, del cual quedan solo rastros lejanos, puesto que fue demolida la casa de ladrillo volvió a ser polvo, espero que no ocurra lo mismo con los arboles arbustos y flores que vi crecer. Se cae un árbol se cae una porción de vida. 

 El Árbol lo conocí por necesidad de su sombra, los busque porque me daban sombra, frescor, luz y calidez, se transformo de ser un ente lejano para cada vez tener una mayor conexión sensorial y auditiva, el campo y el sur de Chile son los grandes tutores para absorber ese conocimiento. Viento, lluvia, sol, ríos, verdes y azules, amarillos, rojos, blancos… turquesa. Cada olor me recuerda un color.

 Y del Árbol llego al bosque y sus dinámicas donde se conjugan todos los elementos que forman la vida en su mas prístino estado de pureza y conexión con quien nos recibe la Tierra. Los aromas de bosque después de la lluvia se puede decir sanador, sanador el aroma y sus ramas y su luz y su agua y sus quejas de madera intensa, añosa, lluviosa, humedad, sombría. Mañío, Tiaca, Tepa, Luma y Ulmo, sus flores, tronco, raíz, ramas y hojas…todos universos en si llenos de gracias. Frutos y Miel, bichos con picaduras benignas nos invaden. Bendito seas bosque por sobre todos. Bendito sea tu AROMA.




EL LLAMADO A SANAR EN UN TERRITORIO HERIDO.

 Vanessa Valenzuela Rubilar 

 

Una vez un humano que creció en la Araucanía Andina me dijo que desde la infancia se podía ver el camino que resonaría con la esencia del ser al crecer. Puedo agradecer transitar una existencia engendrada por los campos, de niñez entre las chacras, los montes, la recolección de hongos y los jardines de las mujeres que me rodeaban. Me recuerdo pidiendo  retazos de tierra de otros jardines para mi propio jardín, donde la vecina, donde mi abuela y en poco más de un metro cuadrado empezar a diseñar mi concepto de belleza con las plantas que me dejaban manejar, asombrarme al descubrir en algunas raíces tan diversas, en unas bulbos y en otras rizomas, con el paso de los años pude entender que unas que parecen morir no hacen más que concentrar su fuerza para volver a emerger, cubrir y teñir en suelo de manchones amarillos, azules y blancos, multiplicándose y propagándose donde son llevadas entre manos casi siempre de mujer. Podía vivir el privilegio de observar por horas el agua correr, el agua infiltrarse en la tierra de los surcos con los que regaba mi papá la chacra, luego sumergir  las manos en barro, amasando creaciones que adornada con flores asilvestradas. Cada año veía como mi mamá ampliaba un poco más su jardín, como protegía plantas que también fueron cuidadas por mi bisabuela. Veía a mi abuela paterna trabajar con otro estilo, ella combinada huerta y jardín, más tarde conocería el sustento holístico de su práctica basada en la mantención de un equilibrio a través de la biodiversidad, y entendería su empeño por resistir en lo que para otras personas era una especie de falta a la norma. Ella santiguaba, la gente del sector la buscaba,  conocía secretos para sanar usando la fuerza de los árboles, en su cocina impregnada de hollín no podían faltar los ramos verdes de hierbas secas colgando de cordeles o coligues en lo alto, siempre que se necesitaba una hierba, ella la tenía, no entiendo como las recolectaba si rara vez salía de su casa. 

Reviso entre las fotos, antes escazas, me muestran niña entre flores, en jardines de casa o flores silvestres. Veo fotos actuales en pantallas, siempre hay series de floraciones y mi rostro cerca de ellas. Me recuerdo asombrada tocando polen, intentando teñir con pétalos de flores, descubriendo como al secarse toman bellas formas que protegen la semilla. La semilla, aparente ser minúsculo que hereda y proyecta siglos de vida. Me encantaba con los aromas  y pasaba tardes de experimentación  para pretender crear perfumes de flores, reales e imaginarias, veía los frascos como tesoros y me atrapaban por horas interrogantes sobre el motivo de lo efímero de aquellas flores que solo duraban un día, los viajes eran para sorprenderme con la belleza fugaz de las flores que crecen espontáneas por los bordes de caminos, pude guardar algunas  prensada entre libros, olvidarlas y que aparecieran a los años trayendo mensajes. 

En el transitar la vida adulta por el mundo urbano experimenté la reconexión con la semilla, al conocer otras interpretaciones de la vida ligada a la tierra y entender el porqué de las realidades rurales. Solía caminar por las calles urbanas apreciando la belleza de los antejardines, queriendo recordar la arquitectura de los arboles ornamentales en floración, sus aromas, las plantas en macetas en las ventanas, comiendo capuchinas por las calles de Concepción, siempre con tiempo para escapar a contemplar parques y en algunas noches que se volvían madrugadas robar plantas de las plazas para adornar con algo verde la casa urbana arrendada en un barrio marginal.  

Al volver a mi tierra natal como socióloga que quería explorar los campos de Malleco, pude conocer muchas  mujeres que valoran ajardinar su ser. En una realidad donde las mujeres no tienen acceso a la propiedad de la tierra, el jardín se transforma quizá de modo inconsciente en un espacio de autonomía y sanación, le dedican tiempo, le estampan parte de su propio ser en su diseño y mantención. Entre ellas también se pueden encontrar las llamadas flores antiguas o arbustos robados de casas patronales y repartidas por los sitios, comunidades o hijuelas de Malleco. Mostrando que quizá querían un poco de la vida del patrón y que las plantas no son elitistas, la patilla robada produce igual, la compartida que evoca el cariño de quien la da o simple reconocimiento como una par, digna de tal responsabilidad, heredera del tiempo y atención de otra. En esos jardines de flores robadas, regaladas y compradas se despliega parte importante de la vida rural, los diálogos in situ con las mujeres atravesando sus jardines o evocando voces antiguas situando flores entre hortalizas y plantas medicinales. Puedo verme hace unos años encontrando en otros sectores flores que se perdieron del jardín materno, del jardín de abuela, vibrar, emocionarme y generar emoción en otras con el re-descubrimiento de lo extraviado. También el poder volver a cultivar alimentos que comían mis bisabuelos y cultivaban en montañas donde siento magia al visitar, cosechar quinoa y entregar un ramo de ella a un anciano que esperó por más de 80 años re-encontrarse con el grano que, mezclado con miel, era el desayuno de su infancia.  Siento que la semilla y el territorio nos habitan, que la semilla debe volver a las manos y a las bocas que le recuerdan. Así siento y pienso la emoción de cada nuevo ciclo, en el espiral de nuestro encuentro, guardarlas protegidas unos meses, preparar la cama donde dormirán y despertaran para echar raíces, verlas germinar, crecer, alimentar y multiplicarse en nuevas semillas que puedo dispersar, porque muchas de ellas han llegado a sitios por manos humanas, y con ellas llega mucho más que material genético, llegan historias, vínculos, sabores, nutrientes, nuevos colores, nuevas formas, floraciones y posibilidad de sanación. 

Hace unos años me marcó el encuentro con un fitoterapeuta, un hombre que sanaba y a la vez valoraba y nutría el saber de las mujeres. Me ayudó a recordar las prácticas de las ancestras y encontrarles sentido pese a que la educación formal me hubiese querido enseñar que eran ridículas o simple superstición.  También conocí un veterinario que sana animales, personas y plantas con el poder de las hierbas medicinales, e ir más allá al comprender que hasta las llamadas malezas pueden sanar, que incluso pueden sanar suelos devastados, explotados, ultrajados. Al insertarme en el un mundo institucional donde el centro es lo productivo, cada día se reafirmaba en mí pensar que no todo es emprendimiento individual y rentabilidad, que las plantas pueden generar empoderamiento colectivo y reciprocidad. La reciprocidad del cuidado, cuido las plantas y ellas me cuidan a mí, juntas cuidamos a otr@s y al territorio. He visto a gente cultivar para evadirse y el cuidado de las plantas termina contribuyendo a su sanación real.

En un territorio en disputa ver la realidad como un jardín que quizás hace un par de siglos  fue un extenso monte, que en gran parte fue quemado, saqueado y ultrajado,  pero está en proceso de restauración, un territorio que necesita terapia, una terapia  que reconecte con la vida cíclica y el respeto por la biodiversidad, que se piense para alimentar el bienestar, para cerrar las profundas heridas del suelo en que se siembra, planta, cosecha,  recolecta, donde se vive. En ese territorio  puedo sentir que enlazo mundos a través de plantas y semillas, y que a la vez ellas me han enlazado con personas, historias y saberes. El saber que se desprende de esos enlaces me hizo sentir que es indispensable atender lo más profundo de cada ser, sus pensares, su espíritu, su mente. Que también estamos carentes de nutrientes, con falta de biodiversidad, en continua explotación, uniformes, con enfermedades, en descuido, etc. Pero el comprender que las plantas que sanan el suelo me sanan y sanan a otr@s, es una esperanza en verde, una recurrente epifanía que me llama a seguir transmutando. 


Malleco - Araucanía, otoño 2021

 


INTRODUCCIÓN A LA TERAPIA HORTÍCOLA

ENSAYO SOBRE LA EXPERIENCIA HORTICOLA

Estudiante: Lidice Nazal Arévalo

Primer trabajo año 2021.

Al leer el enunciado del trabajado solicitado, la primera sensación es que sería muy complejo el poder recordar esos momentos, porque siempre tuve la sensación de que estaba muy lejos de la jardinería, del contacto con las plantas y, por tanto, la tierra. Estas estaban muy lejos de mi biografía, y recién hace algunos años descubrí esa añoranza en mí de poder conectarme con ésta, con la idea de sembrar, de cosechar, de conocer los ciclos de la naturaleza a través de lo palpable que solo se logra si se tiene una buena conexión para con ella.

Pero, para mi sorpresa, los recuerdos llegaron inmediatamente, y apareció mi padre, un hombre que se nos fue arrebatado de esta vida antes de tiempo, por creer que otro mundo más justo, más pleno, era posible para todos; revelándome ese recuerdo de los 5 años, que luego de estar en cama por un tiempo (que al menos yo signifique como muy largo),  me saca en brazos al lindel de la puerta para mostrarme su obra de arte, su creación, una huerta en el patio delantero de la casa, que si bien era muy pequeña, ya que funcionó en algún momento como bodega más que como vivienda, gozábamos de unos patios enormes, con muchos árboles frutales, parras, y recovecos donde jugar, donde descubrir pequeños tesoros.

Recuerdo de esa huerta en particular el color del ají en la mata, como se transformó de amarillo a verde y luego unos tonos rojizos fascinantes, esa planta fue una de las pocas que sobrevivió al descuido de esa huerta, luego de su partida. Recuerdo haber paseado entre los rabanitos, los tomates, el perejil, o cilantro, no lo sé, pero lo que más recuerdo es la sensación de calor, el sol, sus olores, resguardando ese espacio, que para mí era gigante. Hoy con la perspectiva del tiempo supongo que era unos pocos metros de jardín.

De esa casa debimos salir bruscamente, junto con la incertidumbre de un cambio de casa se sumó el estar lamentablemente sin el papá, con el miedo a que si el volvía no sabría donde estábamos y no estaría su huerta esperándolo.

Llegamos a Maipú, a una casa más grande, pero sin esos patios enormes donde explorar, recuerdo mirar por la ventana y solo ver la pared del fondo; ya no habían árboles, no había huerta, no había sol, así que me escondía en las parras (que eran eso sí muy generosas con una variedad de uvas que no he encontrado en otro lugar), jugaba con unas flores, en mi imaginario eran princesas que vestían sus vestidos de diferentes colores y texturas, pasaba horas bajo  las parras haciendo cucharitas con pequeñas hojitas  que crecían de unas plantitas que nunca supe su nombre. Aunque no era lo mismo, tenía mi jardín secreto donde me sumergía en mis juegos y sentires.

Ya al salir de esa casa e irnos a vivir a un espacio “nuestro”, la seguridad volvió y también la huerta, mi madre, una mujer que realmente ama las plantas y las cuales creo tanto la acompañan como cuidaba en sus momentos de tristeza y soledad, hasta el día de hoy. En ese momento se las ingenió para realizar una pequeña huerta en el patio trasero de la casa, donde había choclo, tomate, orégano, chascú y varias hierbas, que sazonaban los platos de la  casa, recuerdo que mi adolescencia no fue fácil, llena de miedos, incertidumbres, rabias, etc, pero la huerta era un espacio seguro, aunque lo veía como mandato y casi un castigo el tener que regarla, limpiarla o incluso ir a buscar algo a ella, me servía enormemente como un lugar de descanso del ruido mental. Recuerdo regar con silencio, ver como cada planta crecía; me asombraba la fortaleza de los tomates, que siempre me repetían ¡“no se mojan al regar!”.

Hoy al hacer este ejercicio siento que fueron mis primeros momentos de conexión con la meditación, con el silencio, con la introspección, recuerdo que, si bien me negaba a realizar esas tareas, siempre me agradaron, me relajaban mucho;  tal vez sólo me negaba, porque había que ser rebelde y no mostrar que en realidad disfrutaba esas tareas.

 Luego me fui alejando de la tierra, de lo verde, de los aromas, de los colores y de los sabores, me dedique en mi vida a cumplir con lo establecido, con lo que supuestamente me haría feliz, entré en un ciclo donde una planta era un responsabilidad más que no quería asumir en mi vida, en mi casa solo había una que otra planta ornamental, porque no quería hacerme cargo de más “cosas”, no había tiempo, pero siempre estaba la añoranza de los aromas, soñaba con entrar a la casa llena de aromas del poleo, la menta, el cedrón, pero conscientemente me lo negaba, no había tiempo para el jardín, no había tiempo.

Pero ya hace unos 10 años decidí darle una vuelta a mi vida y volver a mi esencia y comenzó este viaje fantástico donde conocí las esencias florales de Bach, para luego conocer muchas más, y a través de meditaciones, de trabajo con el reiki, puede volver a conectarme a este mundo mágico, sutil y maravilloso de la tierra, esta tierra sanadora y generosa, concreta y sin rodeos donde es o no es, donde está siempre dispuesta a enseñarnos.

Hoy en día emprendí junto a mis hijos un nuevo sueño, que hasta ahora ha sido más duro de lo esperado, pero lleno de gratificaciones, el estar acá en la comuna de Retiro sin nada al alrededor más que tierra dispuesta a ser sembrada, a ser tratada con cariño, así que acá estamos construyendo nuestro nuevo hogar, con muchas carencias prácticas aún y empezando a conocer cómo se comporta el tiempo, el viento, la tierra, las lluvias, donde es conveniente hacer un invernadero, donde se puede hacer la huerta, donde poner los árboles frutales y donde los nativos, es un tiempo de pensar, de trabajar, de planificar, pero principalmente de conocer este terreno, esta tierra, este sector, y escucharlo con paciencia, con humildad, con calma, si algo hemos aprendido es que los tiempos y ritmo de la tierra son propios y aunque queramos acelerarlos, o cambiarlos, es ella, la tierra, la que manda, nosotros sólo somos meros obreros amorosos y obedientes a sus ciclos; pacientes, receptores de todas sus bondades y regalos.

Y si bien esto ha tenido costos grandes, sacrificios físicos y emocionales que no teníamos contemplados, todo ha valido la pena, y esperamos pronto ver acá nuestros jardines, huertas, y árboles que nos demuestren que ha sido la mejor decisión que hemos tomado.