TERAPIA
HORTICOLA Y HERBOLOGÍA 2021
PRIMER
TRABAJO
INTRODUCCIÓN
A LA TERAPIA HORTÍCOLA
MI EPIFANÍA CON LA NATURALEZA
Ana María Sepúlveda Román
La tierra
húmeda, su aroma a vida y la luminosidad del sol a través de las parras,
despertaron mi infancia con los primeros recuerdos. En mi casa de la Reina el
jardín era grande y creció conmigo. La luminosidad de las estaciones alumbraba
los rincones con su carácter y aroma de ensoñación. Es que definitivamente,
como la menor de 6 hermanos y la única mujer, en mi jardín estaba mi refugio,
mi juego, mis sueños. Cuando era niña pasaba mucho tiempo sola, mis hermanos
iban al colegio y en las mañanas el jardín de la parcela era todo para mí. Tenía
muchos rincones que recuerdo muy bien, árboles que levantaban su mirada junto a
la mía.
El níspero
que avisaba la llegada del verano y los membrillos el final. Jugar con los
animales, los perros, gallinas y pollitos, conejos, como si fueran mi familia
más cercana, entre arbustos, pasto y hojas secas. El fruto del caqui, la flor
de la pluma, el copihue, el mandarino y el limón en flor. Para qué hablar de
las rosas, los acantos y su miel y los mándalas construidos en la tierra con
pétalos de cardenal, buganvilia fucsia y hojas amarillas de ligustrina. Los
colibrís del abutilón, las coronas de jazmín y la sombra del nogal en la pieza
de mis padres. Mi nogal.
Ese nogal
que era mi refugio y lo fue hasta grande. Desde las fantasías de una niña de
sueños, hasta las lágrimas desconsoladas de una pelea o un amor no
correspondido. Ese árbol grande y robusto me hizo grande a mí. Probé mi fuerza
y valentía para conquistarlo aún más allá. Lo tomé con fuerza y rodé entre sus
ramas, colgué con mis rodillas para ver el mundo al revés. Partí y comí sus
frutos hasta romper la boca...él me recibía siempre con los brazos abiertos
para compartir y unirse a mi en una eternidad que aún llevo en mis registros
más profundos.
La huerta me
unía a mi padre, desmalezar, cuidar, cosechar tomates para comerlos entre
chorreos de jugo rojo a pie pelado. La uva que vibraba con las abejas y los
zapallos que me inspiraba algo como un gigante que se desplegaba de un
impresionante cuento de fantasías.
El jardín y
la huerta era parte de mi vida, los alimentos que de ahí salían también. Sin
embargo, hoy a mis 50 años, no puedo olvidar la parte que mi padre que me hizo
ser en la naturaleza. Entre emoción y lágrimas por su ausencia, puedo ver las
manos de mi padre, gruesas y grandes, rasposas de tierra, jardineando al lado
de mis pequeñas manos, que también querían ayudar. Una mañana bien temprano,
creo de sábado, donde hacíamos patillas de chinitas para rodear un
caminito que te llevaba a un rincón de calas, las calas de “mi mamá”. Esa
sensación de que ahí todo era perfecto, con o sin melancolía, más allá de los
dolores y pruebas que fueron y vinieron, más allá de todo, mis padres y el
jardín. Mi papá y sus manos en la tierra, su trabajo digno, su ejemplo de cuidar
y no dejar morir. El me enseñó.
Durante mi
infancia trabajó en mi casa la señora Flor. Ella trajo a mi vida muchos
conocimientos del campo, pues, aunque no era mapuche, se crió con ellos y tenía
una gran sabiduría. Supe con Flor que en el centro de los membrillos tenían
pegamento, como curaba la tos el jarabe de palto miel y borraja, o las hojas de
naranjo con leche para dormir bien, o cómo me hacía transpirar con sus remedios
para las recurrentes amigdalitis que me aquejaban. Me contó historias, tantas historias,
que llenaban mi imaginario de plantas medicinales, remedios caseros, aventuras
de campos y ríos, donde la naturaleza y los caballos eran los protagonistas.
Compartíamos en la huerta, la acompañaba a cocinar y a veces me daba tareas
para que yo pudiera participar. Agradezco inmensamente su presencia en mi vida,
porque así naturalmente, introdujo en mi lo que luego sería mi pasión.
La
naturaleza y el jardín fue, es y será siempre un espacio de contención y paz,
donde pertenezco libre, sin cuestionamientos, donde me siento regalada y amada,
donde mi ser puede estar en una paz sublime. Ahí soy, me refugio y me revelo. Es
por ese bienestar que he construido un camino cerca de él, con la pasión de
vivir la sanación desde su presencia. He intentado dar ese ejemplo a mis hijos
y replicar la vida que me abrazó en los espacios que habito, aunque a veces es
como llevar un trozo de campo a la ciudad.
Yo tantas veces
me reconstruí en la naturaleza, es una herramienta que mi alma conoce y elige
al momento de sanar. Por eso la Terapia Hortícola me llena de sentido, es que,
en el contacto con la tierra, con el trabajo en ella, está mucho de lo que una
persona puede necesitar para recuperarse. En ella las sensaciones de olfato,
tacto y belleza, que despierta el alma hasta vibrar en otra sintonía. Una sintonía
saludable, positiva, alegre, viva y que hace bien. Solo regala y te acepta como
eres, te abre caminos para desarrollarte y volcar tus falencias, miedos y
potencialidades con una forma que abraza y contiene, pero que a la vez te
desafía.
Estoy
maravillada con la con la Terapia Hortícola, con el mundo de posibilidades que
se abre para poder ayudar a las personas, así como lo hago conmigo misma, pero
desde una mirada social que me conmueve. La sociedad, las personas de este
mundo, necesitamos integrarnos con la naturaleza, llevarla a nuestras vidas
para beber de su energía saludable y luminosa y poder sobrellevar tantos
desafíos cotidianos, a veces muy duros. Una
terapia que nos invita a habitar este planeta con más amor y conciencia,
respeto a todo lo vivo, bien enraizados en un mundo que nos necesita presentes
y activos, en pro de la felicidad y el equilibrio del ecosistema.
PRIMER TRABAJO INTRODUCCIÓN A LA TERAPIA
HORTÍCOLA
Profesora: Marie Arana-Urioste
Alumna: Ángela Reyes
Primeras memorias y vivencias personales
en relación a la naturaleza y el jardín
Voy por la calle caminando apurada sin motivo,
acostumbrada a mi ritmo estresado y capitalino. De pronto veo una lantana en el
muro de una casa y sin meditarlo me paro enfrente. Disimuladamente bajo mi
mascarilla, froto y huelo sus hojas, subo mi mascarilla y sigo mi camino, pero
ya no tan apurada sino que un poco más tranquila y pausada, como si mi
frecuencia cardíaca disminuyera. Después puede aparecer un aromático jazmín o
una robusta lavanda, pero no, es la lantana la que me produce unas irrefrenables
ganas de sentir su aroma. Nunca me lo cuestioné, sin embargo, hace unos años mi
mamá me comentó que cuando yo era niña y veraneábamos en Concón (el Concón de
calles de tierra con olor a eucalipto y sin edificios) me encantaba comer las
flores de la lantana que estaba en el jardín de nuestra casa. Yo tenía unos 3
años y no recuerdo esa escena pero sí me acuerdo perfecto el lugar del jardín
donde estaba el arbusto de flores amarillas, rojas y naranjas. Quizás su olor
me transporta a ese momento, a la tranquilidad de estar en los brazos de mi
mamá, o a ese estado mental de concentración estando yo de pie en el pasto
sacando los pequeños pétalos de las flores. Pareciera que cuando uno es niño no
hay nada más interesante que el tiempo presente, no hay pensamientos invasores
ni nada que a uno lo interrumpa, aunque ese algo que uno está haciendo no dure
más que unos segundos o minutos.
No tuve la suerte de vivir mi infancia en
la naturaleza, y aunque fueron años un poco solitarios en donde mi mejor amiga
fue la televisión, tuve la fortuna de que mi mamá me llevara de compañera a sus
paseos de avistamiento de aves en humedales o a reconocer flora nativa,
acampando o alojando en cualquier parte. Me fascinaba salir de la rutina, esto
de no tener baño ni horarios era lo mas entretenido que me podía pasar. Imposible
olvidar esos paseos en donde llovía a chorros como ya nunca llueve. Uno de esos
paseos fue al Parque Nacional Radal 7 tazas, recuerdo haber despertado en el
hospedaje, mirar por la ventana y decirle a mi mamá: “la calle se convirtió en
río” entre impresionada y asustada. No era la calle, sino que el río con un
caudal de agua que yo nunca había visto. En nuestras fotos de ese día salimos empapadas
y felices, aún recuerdo el sonido del agua de los pozones, el olor de la tierra
y el color de las hojas de los árboles.
Me acuerdo de haber vivido la naturaleza de
esa manera dual, como una mezcla de temor y asombro. En una ocasión subí las
dunas junto a uno de mis hermanos mayores y cruzamos al otro lado desde donde
se ve el mar, cuando empezamos a bajar miré hacia atrás y sentí que nunca iba a
ser capaz de subir la duna y volver a mi casa. Me invadió una angustia profunda
y no podía parar de llorar, mi hermano no sabía cómo contenerme pero al final
me animó a volver a subir y solo cuando estuve arriba y pude ver la calle me
calmé.
Con los animales e insectos siempre tuve
una relación cercana, nunca de temor o asco como a muchos niños se les inculca.
En mi recuerdo más antiguo yo tenía unos 4 años y estábamos acampando en Vichuquén.
Yo estaba caminando con otro niño de mi edad cuando de pronto vimos un palote, me
acuerdo de su forma alargada y de mi impresión, como si fuera lo más lindo que
hubiera visto en mi vida, como si fuera mi propio descubrimiento de algo casi
irreal. Hasta el día de hoy cada vez que he vuelto a ver uno rememoro ese día y
honro a estos seres por haberme dado tanta felicidad con su exótico caminar y
facilidad para pasar desapercibidos.
En el patio de nuestra casa en Santiago abundaban las plantas, las piedras, la humedad
y los caracoles. Había un canelo y un castaño debajo del cual había que pasar
corriendo en otoño para que no te cayera un “pincho pincho" en la cabeza. Mi
mamá me pagaba 100 pesos por cada burrito que encontrara en el jardín, yo
estaba feliz porque siempre encontraba muchos. Un día me di cuenta que mi mamá después
de que yo se los pasaba los guardaba en una caja de zapatos y luego los tiraba
a la parcela que estaba detrás de nuestra casa y bueno, hasta ahí llegó el
negocio, me sentí cómplice de un asesinato, aunque para su defensa ellos eran
tan duros que no morían al caer a las otras plantas.
Los gatos en especial han sido mis grandes
aliados y compañeros de vida. En ese entonces salían afuera y cazaban ratones y
pájaros, muchas veces me los dejaban moribundos debajo de mi cama y recuerdo
haber visto esta escena de muerte con pena pero sin la intención de intervenir.
Probablemente ahora querría salvar al zorzal y llevarlo a un veterinario, pero
en ese momento solo esperaba el deceso y luego los enterraba en el jardín. Me
pregunto que querría el zorzal que yo hiciera por él.
A los 10 años dejé de comer animales, ser
vegetariano era cosa rara, peor un vegano. Tuve que aguantar varios
sobrenombres y bromas de mis compañeros del colegio, y estar expuesta a ser
considerada muy sensible por mi forma de ser. Recuerdo cuando jugaban a pegarle
patadas a un árbol del patio o pinchaban insectos vivos en el diario mural, yo
me ponía a llorar desconsoladamente en protesta frente a esta violencia absurda.
Ahora entiendo que esa agresividad no era más que el reflejo de la ira de unos
niños sometidos bajo un sistema escolar opresor, y dañados por las expectativas
y presiones familiares. De a poco fui tapando mi forma de ser con una armadura,
intentando ser algo que yo no era solo para encajar con un entorno que me
producía dolor. Tuve una adolescencia difícil y con esto un alejamiento de mí
misma, y por ende de la naturaleza en sí. No fue hasta después de los 20 años
que tras varios “fracasos” personales y grandes “errores" logré reconocerme
y aceptar mis necesidades, y también aceptar que me parecía más de lo que creía
a mi mamá. Volví a buscar la naturaleza en todas partes, como un medio y un
fin.
Hace casi 3 años nació mi primer hijo y
dejaron de ser los animales y yo, sino yo animal, yo mamífera. Comencé a
coexistir con el resto. Mi hijo es sensibilidad pura, y gracias a su presencia
he vuelto a conectar con la luna, las estaciones y la naturaleza entera,
incluyendo la humanidad que antes me parecía tan horrible. Tengo la suerte de
tener un compañero afín a mí, e intentamos a pesar de vivir en ciudad
entregarle una infancia memorable a nuestro hijo, inventando paseos a la
montaña, subiendo el cerro, contemplando el cielo, pisando las hojas de otoño
en la vereda, utilizando las plazas y los espacios urbanos a diario, todo un
poco improvisado y sin horarios como siento que a los tres nos hace sentido la
vida. Tenemos la suerte de que su abuela paterna vive en el campo y él ha
podido vivir esa experiencia como ninguno de nosotros dos lo hizo, incluso
viviendo la cuarentena allá. Por otra parte, mi mamá es la abuela que juega y
acompaña cariñosa, y en esa entrega le enseña los nombres de las plantas y de
los pájaros, le habla sobre el mar y cómo cuidar nuestra tierra, creando
consciencia sobre nuestro papel en el mundo.
El verano pasado le mostré a mi hijo un
acanto que estaba en la vereda, saqué una flor y le dije que la chupara porque
adentro había “miel". Esto se volvió rutinario, hasta que el acanto
comenzó a secarse. Me pregunto si cuando él tenga mi edad sentirá un cariño
especial hacia el acanto, como me pasa a mí con la lantana.
04 de junio 2021
INTRODUCCIÓN
A LA TERAPIA HORTÍCOLA
Profesor: Marie Arana-Urioste
Estudiante: Antonieta Manríquez Vega
Naturaleza:
Abundancia de saberes
Me recuerdo desde muy pequeña disfrutando de la naturaleza, admirándola
y conociéndola; observarla, sentirla, olerla, comerla y escucharla me fue
obsequiado desde mi niñez. Tengo la gratitud de tener una madre que ama los
paisajes y las aventuras y desde que tengo memoria nos llevó año tras año, a mi
hermana y a mí, a disfrutar de vacaciones en lugares hermosos de Chile y
Latinoamérica. En cada viaje nos encantamos con los diversos colores, diversas
especies de todo tipo, frutas novedosas, sabores, aromas, diferentes
temperaturas en la piel. El viajar permite ver que finalmente todo se parece
mas de lo que nos hacen creer, que todo proviene de un todo, que cada verano o
semanas festivas que tenemos durante el año las personas buscamos “escapar” a
un lugar bello, natural, apartado del ruido para escuchar las melodías del
bosque o de la costa. Ver otras especies
y saber que lo hermoso es que todos deseamos vivir y necesitamos todos de lo
mismo para alcanzarlo.
Mi abuelo, mi tati, en realidad a quien llamaría padre, él es quien
más me mostró la naturaleza. Mis primeros meses de vida, viví en una parcela de
mi abuelo en Puente Alto, camino a las Vizcachas. La verdad es que no tengo
recuerdos conscientes de esos momentos, pero sí una hermosa conexión con ese
espacio; y bueno, es muy difícil no hacerlo ¡porque está lleno de maravillas!
Desde que tengo memoria las reuniones familiares se realizaban en ese lugar y
disfrutábamos de un fin de semana con naturaleza y frutas para comer del árbol.
Un enorme palto inunda el primer patio, más de cincuenta años de vida y me
imagino que su cuerpo subterráneo debe estar por debajo de toda la parcela.
Almendros, nogales, guindos, naranjos, limoneros, granados, olivos, parrones de
uva, mucha uva, kiwi, caqui, damascos, membrillos, higueras, nísperos y
ciruelas. Que delicia recordar esas grandes ollas de dulce de damasco que mi
tati revolvía por horas y horas, para después envasarlas con su técnica maestra
con que se conservan muy bien; dulce de membrillo, el mejor que he probado en mi
vida. Tardes completas conversando sobre las vidas mientras los frascos de
almendras y nueces aumentaban, y el canasto de cáscaras aún más. Cedrón,
matico, cáscaras de granada, hojas de limonero que mi madre cosechaba para
tomar en agüita caliente. Uvas de variados colores y tantas paltas que la
creatividad en la cocina se despierta mucho.
Flores de variados colores, olores, tamaños, y distintos insectos y
aves que a ellos van. Crecí viendo cómo la diversidad atrae más diversidad,
todos se alimentan y buscan cobijo. Las hojas caen del palto cada día, se
barren y se juntan para preparar la tierra de hoja. Esta tarea siempre me ha
gustado. Fuí creciendo y comprendiendo que esto me enseñaba sobre los ciclos de
vida, el agua, las flores, la polinización, la cosecha, la alimentación, la
vuelta a la tierra para dar paso a nuevas vidas y comenzar nuevos procesos.
Otro espacio que nos entregó mi abuelo fue al inicio de la carretera austral, Lenca, campo que conocí como a los 8 años. Recuerdo que salía a dar vueltas por el terreno, cosechaba moras, miraba las gallinas e interactuaba con una yegua llamada Estrella. Miraba los pájaros y caminaba entre los árboles, arbustos y muchas hortensias. Fui varios veranos a este hermoso campo frente al mar, con vista al humedal al que llegan cisnes de cuello negro y delfines chilenos y con la montaña hacia el otro lado. Tuve la dicha de vivir 10 meses allí. En febrero de 2019 fuimos a vacacionar con mi pareja, nos encontró la pandemia allá y, bueno, no había motivo ni ganas de volver a la ciudad. En esos meses aprendimos mucho del lugar que nos acogía, de su fauna, su flora, de la abundancia de la naturaleza y su riqueza, apreciamos los cambios de estaciones con gran admiración. Sembramos y cosechamos las papas más deliciosas que he comido, menta para todo el año, habas, ajo, puerro, rúculas, chilco, canelo, llantén, matico, maqui, murta, avellanas (que siempre eran resguardadas por Chucaos), nalca, manzanas, moras y más manzanas y moras. Mermeladas, chicha, vinagre, tartaletas, fruta deshidratada, café de avellanas y mucha medicina natural con diferentes extractos. Estas son las riquezas que nosotros pudimos conseguir, pero no puedo olvidar contar sobre una admirable mujer mapuche, agricultora, tejedora, curandera, y muchos saberes más que ella posee, pues ella nos proveía de verduras limpias cultivadas por ella y su esposo. Ella es un gran ejemplo de soberanía y lucha, me mostró sus cultivos, su medicina, su sabiduría espiritual y su amor por la tierra que nos nutre. Cada vez que la vi me entregó paz, calma, motivación, confianza y amor. Es una persona que tiene una gran conexión con la naturaleza y vive plenamente en ella.
Y continúa mi experiencia con la naturaleza. Antes de esto, y después de mis vacaciones de infancia con mi madre y mi hermana, estudié psicología en Santiago. En esos años comencé mis primeros viajes mochileros con mi grupo de amigas. Fuimos al norte de Chile, a Bolivia y Perú, recorrimos varios lugares, paisajes, ciudades. La preferencia siempre eran lugares naturales, bosques, ríos, lagunas, montañas, donde se pudiese salir a hacer caminatas y ver aves, escuchar agua correr, probar frutas distintas a las acostumbradas, tomar infusiones medicinales en carritos en la calle. Así viajamos con mis compañeras hasta que terminamos la universidad y me compré un pasaje de ida a Perú con la intención de recorrer América Latina. Viajé unas semanas por el país fronterizo y me fuí hasta el sur de Brasil. Ocurrieron muchísimas historias hasta que encontré a un chico en una micro, quien después de unas semanas me presentó a un gran maestro y amigo, Antonio. Él es profesor de agroecología en dos escuelas, vive en la zona rural de su pueblo y yo viví con él durante 6 meses. Aprendí, curiosié, escuché, observé, practiqué, leí y me relacioné con muchas personas que trabajan con y para la tierra. Estuve en distintos campos de cultivos, participé de cursos de botánica, de plantas alimenticias no convencionales, de agrupaciones cooperativistas de agricultores, agroindustrias familiares y del día a día de varias personas que viven de la agricultura y del trabajo, cuidado y regeneración de la tierra.. Cuando me fuí del pueblo, seguí viajando trabajando como voluntaria en diferentes campos, conocí la agrofloresta, los cultivos biointensivos, la permacultura, la agricultura biodinámica, participé de extracciones de aceites esenciales, cosecha y secado de plantas medicinales, de ferias orgánicas y muchos otros convites en donde me entregaron conocimientos sobre la naturaleza, sus procesos, su abundancia, su sincronía.
Se acaban las mil palabras pero las historias permanecen, se
resignifican, se agradecen y se van sumando mientras giramos en el espacio. Hoy
en día habito en la costa Valdiviana, mientras escribo escucho la abundante
lluvia y observo los cerros verdes que me rodean. Nací en la capital pero mi
espíritu siempre buscó naturaleza. Deje de comer animales a los dieciocho años
porque amo este bello mundo y a todos los seres que me acompañan en él. Hoy me
dedico a la cosmética natural y a la fitoterapia, porque se que la naturaleza
nos pone al alcance de la mano la medicina que nuestros cuerpos necesitan,
medicina que no viene en envases plásticos ni tóxicos que contaminan nuestra
tierra y porque nuestra higiene diaria puede proceder de la naturaleza también,
no hay necesidad de aplicarse petróleo en la pie. Estoy en iniciativas de
huertas comunitarias y escolares porque creo que la comunidad y los más
pequeños pueden plantar su propio alimento y medicina, conectarse con lo que
nos une a todos los seres y sentirse acompañados. Me uní a este encantador
curso porque he vivido y vivo aprendiendo sobre lo terapéutico de la
naturaleza, he aprendido de muchos y muchas que también han vivido aprendiéndolo
y quiero compartir lo que se me ha compartido de las mejores maneras posibles.
02 JUNIO, 2021.-
TERAPIA HORTÍCOLA Y
HERBOLOGÍA 2021.-
1° TRABAJO, ENSAYO
MARCELA DIAZ MARAMBIO
I. LA TIERRA Y YO.
CRECÍ ENTRE UN
DEPARTAMENTO EN SANTIAGO Y LA CASA DE MIS ABUELOS MATERNOS EN SAN FERNANDO,
SEXTA REGIÓN, EXPERIMENTANDO EL SUELO Y EL AGUA. JUGANDO CON LOMBRICES QUE SALÍAN A LA SUPERFICIEE
LUEGO DE QUE EL ARADO DEL TATA, PASARA POR LA CHACRA. Y EN LO COTIDIANAMENTE PERFECTO DE LA VIDA
RURAL, Y DESDE ESA NIÑEZ CREO QUE SÍ SABÍAMOS DEL VALOR DE ESAS VIVENCIAS, Y DE
ESAS ESTADÍAS LLENAS DE AVENTURAS. SIN
EMBARGO NO FUE SINO HASTA MUCHO DESPUÉS, QUE SE CONVIRTIERON EN CLAROS Y
POTENTES TESOROS QUE EL ALMA GUARDARÍA
PARA SER DESPERTADOS Y REVELADOS COMO TALES, EN LOS INSTANTES PRECISOS.
Y ASÍ FUE, COMO
ENTERRANDO LA PALA PARA QUE SALIERAN LAS PAPAS DE LA TIERRA Y SACANDO TOMATES
DE LA MATA, PARA COMERLOS CON SAL, YO ESCUCHABA LOS RELATOS DE MIS TÍAS ACERCA
DE MI VISABUELA, SU ABUELA MATERNA, LA
“MEICA” Y DE CÓMO ELLA VEÍA “LAS AGUAS” (ORINA) PARA DIAGNOSTICAR DOLENCIAS Y
ENFERMEDADES. EN ESTOS RELATOS SE
CONTABA QUE LA VISITABAN DE MUHOS LUGARES Y QUE A TRAVÉS DE RECETAS DE HIERBAS,
PLANTAS Y ARBUSTOS LA GENTE SE SANABA DE ENFERMEDADES QUE DE NINGUNA OTRA FORMA
HABÍAN SANADO.
MI MAMÁ POR SU
PARTE, REPLICÓ MUCHAS DE LAS PÓCIMAS QUE ELLA MISMA CONSUMIÓ Y VIÓ PARA CURAR
DOLENCIAS RESPIRATORIAS Y ESTOMACALES PRINCIPALMENTE.
HOY
ME VEO DE NIÑA, HACIÉNDO EL ESFUERZO, COMO AHORA, POR IMAGINAR A MI BISABUELA, CON SU PELO LARGO Y CANO,
COMO LA CUENTAN, TRENZADO POR
ELLA MISMA, ACUDIENDO AL LLAMADO DE LA GENTE A LA HORA QUE FUESE, ATRAVESANDO
PUEBLOS, CON UNA HIJA ACUESTAS, A CABALLO, EN ESA MISIÓN.
ES RECIÉN EN ESTE MOMENTO DE MI VIDA
EN DONDE ESTE ORIGEN, COBRA LUCIDEZ Y SE TRANSFORMA EN ALGO QUE NUNCA VI TAN CLARAMENTE
COMO HOY, EN EL QUE UN TUMOR ME PONE DEVUELTA EN EL CAMINO.
II. OTRAS FORMAS DE SANAR Y EDUCAR, LA RECONECCIÓN.
LUEGO DE MI FORMACIÓN COMO EDUCADORA, Y DEL PASAR POR UNA DURA
EXPERIENCIA, LA BÚSQUEDA DEL BIENESTAR Y
LA RECUPERACION ANÍMICA ME PUSIERON EN
EL CAMINO DE LA TERAPIA FLORAL. FUE TAL
EL IMPACTO QUE TUVIERON EN MI VIDA ESAS ESENCIAS, Y LA SENSACIÓN DE CERCANÍA
QUE SENTÍ CON ESE CONOCIIMIENTO QUE TOMÉ LA
FORMACIÓN COMO TERAPEUTA AL MISMO
TIEMPO QUE GESTÉ A MI HIJO MAYOR. AMBOS SUCESOS SENTARÍAN LAS BASES PARA LOS
POSTERIORES ENCUENTROS: LA MEDICINA ANTROPOSÓFICA Y LA PEDAGOGÍA WALDORF.
LA POSIBILIDAD
PRIMERO COMO MAMÁ DE ACCEDER A LA MEDICINA ANTROPOSÓFICA HACE 9 AÑOS Y LUEGO A
LA FORMACIÓN COMO PROFESORA WALDORF, LE DIO RAZÓN A MUCHOS DE MIS IDEAS CON
RESPECTO A LA VIDA, A OTRAS FORMAS DE SANAR Y DE CRECER COMO SERES HUMANOS. PERO POR SOBRE TODO ME ACERCÓ A UNA NUEVA
CONCIENCIA DE LO QUE SOMOS Y CÓMO NOS RELACIONAMOS CON EL ENTORNO.
ESTE NUEVO
CONOCIMIENTO RENOVÓ COMPLETAMENTE MI COMPROMISO CON LA VIDA, Y CON MI TAREA DE EDUCAR Y CUAL BRASAS
COMENZARON A ENCENDERSE Y A DAR LUZ TODAS ESAS VIVENCIAS DE LA NIÑEZ, Y DE LA
TIERRA, EL CAMPO, LOS CULTIVOS DE COMIDA Y EL USO DE LAS HIERBAS. FUE ENTONCES CUANDO TUVE LA CERTEZA DE QUE
TODO AQUELLO HABÍA MOLDEADO MI EXISTENCIA Y MARCADO UNA TENDENCIA. A TRAVÉS DE MI TAREA DIARIA EN LA ESCUELA WALDORF
Y CON LOS NIÑES, ME RECONECTÉ CON LA
ESENCIA DE LA EXISTENCIA, LA NATURALEZA Y LAS LABORES SENCILLAS PERO TAN
GRANDIOSAS DEL CAMPO.
III METER LA MANOS A LA TIERRA
SOY PARTE DE
LA PRIMERA GENERACIÓN DE LA FAMILIA EN ACCEDER A LA EDUCACIÓN SUPERIOR, PARTE
DE LA GENERACIÓN QUE TIENE QUE “IRSE A BUSAR ALGO MEJOR”. PERO COMO A DIFERENIA DE MIS PRIMOS, YO NO
VIVÍA PERMANENTEMENTE EN EL CAMPO, PARA MI NO FUE NUNCA UN LUGAR DEL QUE
ESCAPAR SINO MAS BIEN UN LUGAR PARA APROVECHAR AL MÁXIMO. Y MÁS EN LA
ADULTEZ, DONDE COMENZARON A SURGIR LOS
NUEVOS ENTENDIMIENTOS. Y COMENCÉ ENTONCES A VER CON DESILUSIÓN Y NOSTALGIA QUE EL LEGADO DE MI ABUELO, EL VALOR DE TENER
UN TROCITO DE TIERRA Y DE SU SABIDURÍA EN EL CULTIVO, NO HUBIESE SIDO VALORADO
POR MIS PRIMOS O TÍOS. NINGUNO EN SUS CASAS DABA ESPACIO NI TIEMPO A ESTE QUE HACER,
CONTANDO CON TODAS LAS POSIBILIDADES.
POR OTRO LADO,
UNA VEZ QUE MI ABUELO SE FUERA DE ESTE MUNDO. UNA DE MIS TÍAS, HACE UNOS 30
AÑOS ATRÁS, COMENZÓ LA TAREA DE FORESTAR ESTE TROCITO DE TIERRA, HACER JARDINES Y PLANTAR Y PLANTAR. LOGRANDO
ASI LO QUE HOY PARA NOSOTROS ES UN PARQUE. UN BELLO ECOSISTEMA, CON UNA GRAN
VARIEDAD DE PLANTAS, ARBOLES, ARBUSTOS, FLORES Y HIERBAS.
DE UN MOMMENTO A OTRO ME DI CUENTA QUE ESTE VACIO EN LA HISTORIA, ESTE ESPACIO NO HABITADO POR MI GENERACIÓN, ESE PESAR, ERA MÍO!!! Y ESE DESEO Y GANAS DE PODER OBETNER FRUTOS, ME LLEVARON A TOMAR JUNTO A UNA COMPAÑERA Y AMIGA QUE RECIEN CONOCÍA, UN TALLER DE HUERTO. Y LA MAGIA SURGIÓ, Y LOS ESPACIOS SE ABRIERON Y YA NUNCA NADA FUE IGUAL.
IV UN TUMOR
EL TERREMOTO QUE
CAUSÓ QUE UNA AMIGA FUERA DIAGNOSTICADA DE CÁNCER, QUE UN PROYECTO LABORAL SE
TRUNCARA Y QUE UN SEGUNDO HIJO VINIERA EN CAMINO, REEDIRIGIERON MI VIDA Y LA DE
MIS NIÑOS AL CAMPO, AL TERRENO FAMILIAR. COMO UN GRAN IMPULSO, UN TUSUNAMI, DEJÉ COSAS IR Y LAS OTRAS SE
ACOMODARON. NO HUBO DUDAS, SÓLO
CERTEZAS. LA VIDA ME ESTABA LLEVANDO A
HACERME CARGO DE LOS DESCUBRIMIENTOS QUE YO VENÍA DEVELANDO HAE 10 AÑOS ATRÁS. Y AUN QUEDABA UNO MÁS. PUES AL CABO DE POCO
TIEMPO DE ESTABLECERME EN EL CAMPO LA NOTICIA DE UN TUMOR DE 5 CM EN MI CUERPO
LLEGABA A CONTARME QUE PARA PODER UNIRME POR COMPLETO A LO QUE MIS ABUELAS ME
ENTREGARAN COMO DONES YO DEBÍA SANAR PROFUNDA Y ROTUNDAMENTE.
Y ES LA TAREA EN
LA QUE ME ENCUENTRO HOY. PERMITIÉNDOME MUCHAS COSAS, ABRIGÁNDOME.
DESCUBRIENDO A LA TIERRA COMO LA GRAN POSIBILIDAD DE ESTAR UNIDO A ALGO
MAYOR Y AL MISMO TIEMPO EXPANDIR LA PROPIA ESCENCIA Y LA CONCIENCIA. ENCONTRANDO EN LA TIERRA SALUD Y SOSTÉN.
LUGAR, CAMINO Y BÚSQUEDA. CONSUMIENDO DEL HUERTO, Y DE LAS HIERBAS.
REPRODUCIENDO, CREANDO Y MULTIPLICANDO. SINTIENDO
LA PACIENCIA, LA TIBIESA Y LA ESPERANA DE LA SEMILLA. Y AL MISMO TIEMPO QUE ME ENCUENTRO CON MIS
DOLORES, INCERTIDUMBRES, MIEDOS Y PENAS, CAMINO APOYANDO A OTRES EN SUS
PROCESOS, A TRAVÉS DEL REENCUENTRO CON
LA TERAPIA FLORAL.
UN BUEN DÍA MI
AMIGA, QUE SANA TODOS LOS DIAS DE SU CÁNCER Y QUE DESPIDIÓ A SU TUMOR, CON LA
QUE TOMÁRAMOS AÑOS ATRÁS UN TALLER DE HUERTO, ME ENIVÍO EL ANUNCIO DEL COMIENZO
DE LA FORMACIÓN DE TERAPIA HORTÍCOLA, LO QUE INMEDIATAMENTE LE DIÓ UN NUEVO
RUMBO A MI QUEHACER Y ENCENDIÓ UN DESEO EN GRANDE!, TRANSFORMAR ESTE ESPACIO,
MI CASA, EN UN JARDÍN SANADOR, REPLETO DE POSIBILIDADES, DE DISFRUTE Y POR SOBRETODO DE GOCE. PORQUE
SANAR ES UN CAMINO URGENTE Y POSIBLE.
PRIMER TRABAJO : INTRODUCCIÓN
A LA TERAPIA HORTÍCOLA
Profesor: Marie
Arana-Urioste
Autor: José Sanhueza
Céspedes
Conectar con el mundo en el que habito, la
tierra que piso, el alimento que me nutre, el microcosmos de organismos que me
componen y que entre tantos me componen uno, la microbiología que sostiene la
vida toda, la historia del cosmos, los ciclos que transitamos. La comprensión
del mundo desde una sensibilidad ecosistémica, para entenderme tanto material
como espiritualmente. Volver a ser, reaprender la vida y abrirme a repensar la
historia, de posicionarme críticamente. Hoy reafirmar una vocación humana
frente a un escenario de desastre ecológico, frente a un modo de progreso que
consume los recursos naturales y nuestra energía misma, en la regeneración de
la vida, la búsqueda de una salud holística, de sabiduría ancestral. Hoy,
además, brújula de sentido y de buen vivir.
Son infinitas y más complejas cada vez que las
pienso, las dimensiones, sentimientos y razones con las que quiero vivir mi
relación con la naturaleza, con la jardinería y la horticultura. Siempre
distinto y evolucionando, como Ella toda, más puedo reconocer desde mi niñez
que ha sido trascendental ese vínculo con la naturaleza para comprenderme y
contenerme, para las ganas de ser y hacer cosas, de sentir, de entenderme
también. Más de modo vertiginoso, y cada vez más irrenunciable y
conscientemente, el dedicarme y sentirme en vínculo con la naturaleza ha sido
mi punto de calibración, la plataforma de mi autocuidado. Y como no si no soy en nada, sino en mundo y
de mundo. No soy sin tierra, sin minerales y nutrientes desde mi composición
molecular, no soy sin una multiplicidad de seres, desde que la conformación de
mi flora intestinal aún antes de nacer. Desde el mundo que sostuvo la historia
que me permitió ser. Con todo esto, en un plano singular, es también desde
experiencias y aprendizajes fundamentales para mí, puedo vivir hoy con esa
comprensión, disfrutar aprender, construir sentido y buscar trabajar desde y
para esa conexión.
Hay tempranas memorias, que tengo
reconstruidas gracias a voces de otros, de mis primeros años de infancia, del
momento en que logro tomar consciencia y atención de la lluvia, o de la inmensa
cordillera. La contemplación y asombro, es quizás entonces, la primera forma de
enamoramiento con la naturaleza que tengo registrada. El deseo también se hace
presente a los pocos años después, ya más inserto en el lenguaje, al pedir
flores para el jardín de regalo de navidad. Me gustan mucho esos recuerdos o
anécdotas que me reconstruyó mi mamá. Me hacen pensar en una vinculación
temprana con la naturaleza desde su belleza e inmensidad, me reconforta saber
que antes de estar más “formado”, persistía esa consciencia de mundo y esa
relación sensible y espontáneamente devota.
Por otra parte, desde mi temprana infancia,
aunque sin saberlo, fueron plantas medicinales las que sostenían la salud familiar,
los cuidados ante resfríos casi siempre los tratamos con homeopatía y en
paralelo, mi abuela comenzaba a dedicarse a las terapias holísticas y nos
asistía con flores de Bach. Aunque durante algunos años me distancie de servirme
de estas tradiciones, en retrospectiva sentaban ya bases para mi vínculo con el
poder curativo de las plantas.
Desde otras experiencias me nutrí en la
adolescencia, comenzando una trayectoria de scout, tuve la suerte de conocer
montón de paisajes alucinantes durante mi adolescencia. Recorrer y vivir temporalmente
inmerso en bosques ancestrales, recorrer tramos de montaña y visitar inmensas fuentes
de agua. Aunque torpe e incipiente, se hizo más cotidiana con un estar en un
espacio natural, asociado a experiencias de vacaciones, la recreación. Habitar
en y con la naturaleza, significaron para mí el espacio de juego y crecimiento,
de reflexión y autoconocimiento, también por cierto de conexión con lo divino. Comencé
a cultivar un amor por la protección y admiración del bosque. Desde ahí en
adelante, el escaparse a sitios con mayor naturaleza resultó una prioridad
hasta el día de hoy. También en esos años y asociado a esas vivencias comencé a
trabajar la conciencia crítica respecto al espacio social al que siempre
retornaba. Más tarde comprendería que esta diferencia brutal de la energía de
espacios naturales con la vida en la ciudad de Santiago resultaba de una
diferencia de estilo de vida en lo particular, pero por una contradicción
profunda entre sociedad y naturaleza en la historia occidental en que nos
situamos.
Mi formación escolar y familiar, si bien abrió
privilegiados para conocer y conectar con esta consciencia ecológica, también
se contextualizaba dentro de una vida en ciudad capital, urbanizada y gris,
cuya cultura, significados, temas y espacios están mayoritariamente dispuestos
desde principios occidental y patriarcal. Mi mundo de la vida entonces siempre
fue mayoritariamente inserto en ese contexto, sumamente desconectado de los
ritmos naturales y caracterizado por la velocidad, el consumo, el trabajo y la
técnica como una aproximación al mundo en tanto objeto. Al fin de la escuela ya
había un sentimiento de disconformidad con el mundo que me había tocado
conocer, si bien siempre agradecido de mis oportunidades, indignado también con
la injusticia social, desencantado con la cosmovisión hegemónica y dolido por
el daño histórico a los pueblos originarios y la explotación de recursos
naturales. Mientras estudiaba psicología, si bien esta sensibilidad me
movilizaba y afirmaba sentido, también en este ritmo y contenido de la vida me
deprimí, sentí sin energía y sumamente desorientado.
Atravesando esa etapa congelé mis estudios
durante un año, eso fue hace 6 años atrás. Junté valor, ahorros y un par de
razones y logré concretar el sueño de viajar a Brasil, para dedicar un tiempo
aprender sobre dos disciplinas que comenzaba a conocer, y ellas a revitalizarme,
y mostrarme otras formas de ocuparme: la Permacultura y la capoeira
Angola. Coincidían ambas en una referencia
que sabía podría conocer, más no adelantaba como me impactarían y determinarían
en adelante. En ese viaje habite en una hacienda agroecológica, dedicando mis
días a aprender y cooperar con la mantención del huerto y la agroforestal, en
paralelo al insertarme en una experiencia de vida comunitaria y aprender del
universo de la capoeira angola, como práctica afrodescendiente y portadora de
una cosmovisión en resistencia. Ambas matrices, la agroecología y capoeira,
presentaron una entrada a otra lectura sobre la historia, la relación con la
tierra y los modos de educar, entre tantas otras cosas. No podría extenderme lo suficiente al
respecto en esta oportunidad. Pero sin duda es una vivencia que abrió las
puertas a la posibilidad de proyectar la vida
en un contexto rural, a pensar formas de colaboración y comunidad en las
que quisiera participar y conectar profundamente con la abundancia y disfrute
que entrega el dedicar la propia energía en el trabajo hortícola. Concebí esto último como dar vida a la vida y
como una manera en la que desde los principios de la permacultura, podría
significar un estilo de vida que implicara trabajar a favor de la naturaleza y
no en su contra, sin dejar de trabajar para el bienestar de las personas y la
organización de circuitos de intercambio justos.
Al retornar a Santiago, termine la universidad
encantado con las posibilidades del trabajo comunitario y del aprender de
cosmovisiones ancestrales, como fuentes de sabiduría para pensar nuestra salud,
nuestra comunidad y la satisfacción de nuestras necesidades. Con estas
intenciones, luego de unos meses trabajando en contextos educativos, fui
invitado a integrar un proyecto de agroecología urbana a través de la Fundación
Huertas Comunitarias. Junto a un equipo
de trabajo de ciencias sociales y ambientales, realizamos diferentes proyectos
en los que nuestra propuesta era realizar espacios de educación ambiental como
estrategia de fortalecimiento comunitario, a través de la creación de Huertos
comunitarios en barrios y espacios educativos.
En estos años me desempeñe como gestor comunitario y profesor de huerta,
5 de 5 proyectos fueron cada uno una experiencia hermosa y llena de
aprendizajes. Tanto en mi aproximación técnica a la horticultura y herbología,
como en la dimensión social y lo que se produjo de cada uno de esos encuentros
con las comunidades locales.
En Buin, junto a las vecinas de Los Hidalgos
transformamos un sitio eriazo en un hermoso jardín medicinal para que la junta
de vecinos fuera un espacio más acogedor. Al igual que en Villaseca, donde los
vecinos se venían recién conformando como barrio y no tenían espacios de
encuentro. Ambos sitios se modificaron de un modo alucinante, al igual que se
fortalecieron vínculos y organizaciones vecinales que perduran hasta hoy. Las
experiencias de diseño comunitario, trabajo colectivo y producción de alimento
y medicina junto al hermoseamiento del sitio resultaron infinitamente
reconfortantes. Pese a realizar la intervención en pleno verano. Esta primera
experiencia me conectó con mi facilidad para enseñar, y darme cuenta que
mientras comenzaba aprender ya podía ir facilitando experiencias para traspasar
bienestar y conocimiento a otras personas.
En la población Huamachuco de Renca y Bahía
Catalina en La Florida, tuve dos experiencias alucinantes acompañando y
ofreciendo servicio a 2 huertas comunitarias que sostenían adultos mayores de
cada barrio. En ambos espacios pude conocer a mujeres que se transformaron en
mis maestras de horticultura urbana. La señora Leontina, junto a Rosita y
Mónica, son mujeres guardianas de semillas que con su esfuerzo transformaron
radicalmente espacios urbanos en medio de poblaciones con altísima
vulnerabilidad y deterioro ambiental, pequeños oasis de biodiversidad. El
cambio de energía que se producía al estar en las huertas, y las actividades
comunitarias que desarrollamos en torno a la huertas, resultaban una
experiencia sumamente sanadora para los que participamos. Tanto el trabajo de
inclusión y participación que hicimos con las mujeres adultas mayores en la
Florida y los talleres educativos para la escuela aledaña a la junta de vecinos
en Renca fueron tremendas. Luego el
taller de huerta en el colegio Andalién en Colina, fue un trabajo sumamente
desafiante, pero lleno de vitalidad también, en la que pude descubrir las
potencias de transformar el espacio de clases, llevar la sala al patio e
integrar la horticultura a la enseñanza de otras materias, así como también al
trabajo de la convivencia escolar.
Por sobre la modificación de los espacios, la comida
y abono producido (no menor) la experiencia de diseñar y facilitar junto a mi
equipo, programas de horticultura y fitoterapia para niños, así como para
adultos mayores fue una práctica en pedagogía popular tremenda. Fue sintonizar
con la posibilidad de realizar lo que más disfruto, que es el trabajo
hortícola, con la facilitación de experiencias de sanación en un sentido
holístico, experiencias de integración y aprendizaje para otros. La posibilidad
también de en estas transformar los modos de funcionar, favorecer la
valorización de otros saberes, dar importancia al cuidado y conexión con la
naturaleza como fuente de nuestro equilibrio y como parte de la naturaleza.
Hoy, residiendo en Valdivia desde hace año y
medio, voy extrañando esos proyectos y buscando alternativas para seguir dando
lugar a esas prácticas como motivo fundamental de mi ideal de trabajo. Desde un escenario con mucha más vegetación,
y una presencia cotidiana de los elementos, el bosque y la lluvia tomándose la
ciudad.. Me propuse este año dar lugar a instancias de formación que me
permitan seguir preparándome tanto para seguir facilitando experiencias como
para la proyección de una vida en el campo. Por eso en enero concreté una
formación en el sitio Raíces del Viento, un centro de Permacultura en el Valle
del río Puelo, todavía más al sur. Experiencias sumamente reveladoras, donde
pude conectar con personas que han concretado mi sueño de vida y al igual que
yo y tantos han transformad su vida desde la horticultura como práctica
regenerativa de nuestro espíritu y del mundo claro. Luego se abrió la formación
en Terapia Hortícola que hace años había investigado con curiosidad más sin
encontrar la oportunidad de formación o tener la posibilidad de costearla.
Junto
al otoño llegó también un redescubrimiento del mundo Fungi, y una profunda
conexión con los ciclos, y la vida que se renueva, la vida que avanza siempre
con otras formas de vida. Así también,
estoy personalmente buscando la renovación y recalibrando energías para seguir
avanzando en este camino que comienzo a descubrir, pero que me ha llenado de
energía y bienestar, que me ha llenado de sentido también a través de otras
personas, y que ha dado contenido a una nueva mirada sobre el trabajo que
quiero realizar, así como de la comprensión de la vida con la que quiero
contribuir.
INTRODUCCIÓN A
De los primeros recuerdos que se me vienen a la mente
respecto al encuentro con la naturaleza, horticultura o la naturaleza son los
siguientes:
·
Primeramente, fue recorrer
la cocina de mi abuela y disfrutar del perfume de las hierbas colgadas en las
paredes junto a las cuelgas de colores brillantes de los diferentes tipos de
ajies, también de las cuelgas de cebollas, ajos o los canastos de papas. En mi cabeza de niña de más o menos 6 años
era la imagen de un cuento de brujas buenas y donde Marina, mi Abuela paterna
era la brujita del cuento. Ella mezclaba es su caldero mágico (olla) los
alimentos, las hierbas y la inolvidable pasta de ajo-morrón-sal que hacíamos en
el mortero. Era mi deleite luego, chupetear el machacador y aunque quedaba
pasada al ajo jamás tuve afecciones respiratorias. Mi abuela me heredo mucho de
ese conocimiento mágico del jardín mezclado con la cocina. Todo era un ritual
endulzado con leyendas que mucha de ellas me imagino que eran un invento para
hacerme comer algo que no me gustaba.
·
Otro recuerdo que tengo siempre muy presente y que es
recuerdo de familia porque muchos pudimos comer papas fritas, es el siguiente:
Yo quería cultivar una papa
para luego comerla como papa frita. Yo muy aplicada seguí el consejo de mi
abuela que decía que debía plantar un trozo de la papa en luna menguante (ella
me diría cuando era ese día) además debía ponerle mucha agua y no olvidar hablarle
a la papita y con eso yo tendría una
papa grande para que luego la cocináramos como papa frita. No sé realmente cuanto tiempo paso desde que
la plante el trozo papa en el jardín que tenía ella, ni cuanto la regué o cuidé
o ni que cosas le hablé, pero seguí las recomendaciones que dijo mí abueli._La
cosa es que un día cuando ella estaba
cocinando me llamo para decirme:
Hoy es el día especial para que saques la papa
de la tierra y la podamos cocinar. Yo escuché y partí corriendo al jardín con
una cucharita de té a escarbar donde estaba la mata, comencé muy entusiasmada pero
al poco rato me di cuenta que la cucharita no me sirvió, corrí nuevamente a la
cocina a buscar una de esas cucharas antiguas de bronce, una que creo que eran
para servir las ensaladas porque para sopa no era jajajaja, ahí seguí mi tarea
de escarbar y escarbar para sacar esa papa que tanta ilusión me hacía, paso mucho rato y luego de un arduo
trabajo…….. Mi asombro y el de mi abuela fue sacar una tremenda papa, para mí
era una cosa gigantesca. (hasta el día de hoy jamás he visto papa tan grande
como esa).
Ese almuerzo fue delicioso y especial porque tenía la papa frita que yo había plantado. Un tío que llego de visita también alcanzo a disfrutar de esa papa y mi abuela le conto la historia a su manera de como yo plante, cuide y hasta le hable a la papa. Que gracias a todo ese esfuerzo llego a ser una gran PAPA jajajjajaja.
·
Otro recuerdo inolvidable que tengo del contacto con la
naturaleza, la botánica, el arte, la perfumería y la clase de pociones o elixir
de vida (hoy sé que son macerados alcohólicos) Junto a Marina, mi abueli.
·
Eran las largas tardes de verano bajo el parrón.
A diferencia de mis compañeras
de colegio que disfrutaban de los paseos a la playa o al campo, Yo Jessy amaba
las vacaciones en casa de mi abueli. Esas vacaciones en su pequeña casa pareada,
con un jardín lleno de secretos mágicos y que para mí era gigante (en realidad
era pequeño de 4metros de ancho por 7metros de largo o menos). Donde tenía un parrón
con 4 variedades de uvas de las que yo conservo 3 variedades, una enredadera hermosa
que ella le llamaba yema de huevo, donde siempre había alguna lagartija que se
llamaba PEPITA, de esa enredadera también tengo una mata en casa y que es mi
tesoro, pero sin PEPITA. Las calas, hortensias y las bailarinas eran también
algo que a ella le encantaban y de las cuales yo herede matitas.
Recuerdo con amor y gratitud
las numerosas tardes bajo ese parrón aprendiendo a pintar manteles o bolsas para
el pan de telas con timbres fabricados en papas o zanahorias. Cortábamos con
mucho cuidado la papa con diseños de flores, frutas y hojas a las que después
le colocábamos pintura de tela y dejábamos volar la imaginación, también llenábamos
una jeringa de aguja doblada con la pintura de tela en color verde o café para
hacer los zarcillos de las plantas o las enredaderas. Algunas de esas obras de
artes se mantienen aún en la familia. Mi mama tiene un mantelito que hice, una
obra que tiene frutillas con sus hojas y sus zarcillos, claramente esta deshilachado
y casi sin color, pero existe porque fue un regalo. No recuerdo si de navidad o
de día de las madres, porque siempre fueron fabricadas para alguna fecha
especial.
·
También durante las tardes de verano y luego que un señor
gordito de cachetes rojos, pasaba una vez al año con un par de cámaras de
bicicleta o de autos atravesadas al hombro, llevando el elixir de la vida
(aguardiente). El solo pasaba por las casas de sus clientas antiguas ya que
para esa época era una venta clandestina, me llamaba la atención que el corcho
de esas cámaras, eran coronta de choclo. Mi abueli compraba lo que cabía en una
garrafa grandota color verde.
Una vez comprada el agua mágica,
comenzaba la preparación de las pociones, juntábamos diferentes hierbas, verduras,
frutas y hasta flores para hacer las más variadas pócimas, el material vegetal
lo colocábamos en botellas de bebidas de vidrios o francos de vidrios y luego
las llenábamos con el agua ardiente. A esas pócimas hoy les llaman enguindados,
apiados, mistelas, bajativos o mi preferida el Agua de colonia. Esa agua de
colonia que preparábamos con los azahares del limón y naranjas a la que también
le colocábamos flores de lavandas, romero, un trozo de canela y clavos de olor
si es que había en casa. Todas esas botellas llenas de colores, hierbas,
frutas, verduras y amor quedaban bien tapadas sobre una alta caseta de concreto
que guardaban los cilindros de gas. En ese lugar a pleno sol quedaban las
botellas por un par de meses, luego preparaba mi abuela un caramelo de azúcar
que se le agregaba a todas las pociones menos a mi agua de colonia.
Con esa bruja buena, aprendí a usar
la poción correcta si es que me dolía el estómago o si tenía enfriamiento y ya
cuando era mayor simplemente el disfrute de una copita de licor de guindas para
la sobre mesa que podía durar horas si las leyendas o los cuentos no se terminaban.
Mi abuela Marina fue la que me
acerco a la naturaleza y a las cosas que ella trasformaba mágicamente en la
cocina. Marina siempre me enseño la parte más lúdica y esotérica de las plantas
y cuando siento el perfume de las fresias sabiendo que no es la época de floración.
Sé que es porque ella está a mi lado, ya que las fresias eran sus flores
favoritas.
Ella fue la que más me apoyo
cuando dije que quería estudiar agronomía, no se pudo agronomía, pero a falta
de agronomía bueno fue ser técnico agrícola.
Siento que voy por buen camino y espero algún
día dejar una huella o una llamita de su conocimiento en mis hijos o nietos. La
sabiduría de la naturaleza no se debe perder, al contrario, debe ir creciendo y
mejorando.
Y ….ABRAKADABRA. PLIMPLUM
KATAPLAM …..
QUE ESTE CONOCIMIENTO LLEGUE COMO UNA LLAMA AL
CORAZON DE LOS DEMAS.
INTRODUCCIÓN
A
Primer Trimestre
2021
Profesor: Marie
Arana-Urioste
Alumna: María Isabel Pacheco Pizarro
1.- Piense en su propia experiencia con la horticultura…
La Tierra y sus
cultivos son mi pasión, la tierra y la naturaleza me ha alimentado, ha
alimentado a mis hijos, muchas veces me ha sostenido en momentos difíciles y
críticos emocionalmente.
Me regaló el SENTIDO
y VÍNCULO con ella. Me abrió las puertas de su casa y de su ser.
- ¿Tiene alguna vivencia especial en relación con la naturaleza o a la jardinería?
En la Naturaleza: Cuando era muy pequeña, fuimos con mis padres a las Termas de Socos, cerca de Ovalle, en el lugar hay aguas termales, y recuerdo mi encuentro con el agua en la piscina termal, el color del agua, su frescura hidratante y liviana.
Además, recuerdo el inmenso misterio que flotaba en el aire, cuando visitamos El Valle del Encanto, en donde hay un circuito de observación, con piedras gigantes, y muchos petroglifos. Un pequeño riachuelo, lleno de plantas acuáticas y libélulas. Realmente ese lugar me impregnó de su magia, caí en su encanto y de alguna manera definió, que cuando grande, me viniera a vivir a la IV Región.
- ¿Tiene recuerdos de niñez o algún descubrimiento del mundo del jardín o
del contacto con la naturaleza?
Para mí, toda la naturaleza era y es, un misterio y encanto. Las arañas con sus telas, las flores, los chanchitos de tierra debajo de las piedras, las mariposas, los caracoles, el color del cielo, los días eran eternos.
Alucinaba con los días de picnic en el Cajón del Maipo, eran una fiesta de encuentro con el río, los árboles, el viento.
Los viajes a Combarbalá y los paseos al cerro, jugar al luche en la sombra de los árboles en días de calor, con ese aire seco de la cordillera nortina.
Los veraneos en Guanaqueros, con su arena amarilla y el mar tibio y envolvente, la familia completa disfrutando y cumpliendo el ritual anual, del viaje a Guanaqueros.
Creo que todos estos paisajes, contribuyeron a que yo decidiera venir a vivir a la IV Región, por toda esa añoranza de la niñez.
- ¿Ha observado a otros que hayan sido de alguna forma tocados o marcados por experiencias con la jardinería o la naturaleza?
Si, ese es el caso de mis dos hijo e hija. Prácticamente se criaron en el campo, en el sector de La Colonia, en Illapel.
Rodeados de hortalizas
y hierbas medicinales, de perros, de vacas, burros y caballos.
Ellos fueron
marcados por la vida de campo, y añoran regresar a ese tiempo idílico.
Aprendieron a
cosechar lechugas, a pelar habitas nuevas, a sacarle leche a una vaquita joven,
a hablar con los caballos, a tener y cuidar perritos.
Aprendieron de
abejas, de hierbas medicinales, del canto de las ranas chilenas, de columpiarse
en un sauce, de grillos y mariposas nocturnas.
Finalmente vivíamos en un paraíso.
Por favor escriba un ensayo (1000 palabras) referente a la horticultura,
naturaleza o jardín y su propia experiencia.
En tiempos muy difíciles, la tierra me abrigó, me sostuvo, me dio esperanza y sentido de vida, me enseñó que todo cambia, que toda muta, que la vida sigue, vuelve una y otra vez.
Me enseño de las
estaciones y su periodicidad.
Agradezco a la madre tierra por sus maravillosos alimentos, llenos de sabores, colores y nutrientes, admiro la alquimia que ejerce. No dejo de maravillarme, que, desde una pequeña semilla que brota, se desarrolla una hortaliza, que es un cúmulo de nutrientes para nuestra salud y vida.
A tal punto llega
mi pasión, que luego de aprender horticultura, me dedique a enseñar, creando (Con
logros y errores) a articular y sistematizar módulos de clases, adaptando lo aprendido
y aprehendido, con este clima mediterráneo de transición, como es el de esta
bella IV Región.
He dado clases a varios grupos de mujeres, de diferentes orígenes, países, con diferentes niveles socioculturales, a niños y niñas, a reclusos, todos ellos me han enseñado su verdad, su parte lúdica y sus sueños con la huerta. Por que la huerta y el jardín, son el espacio de los sueños y esperanzas, de la fe, de la ilusión, del milagro concreto y de la recuperación y de la sanación.
En cada año realizo cerca de 2 cursos completos, son una introducción a la horticultura, en donde vemos y estudiamos todos los aspectos iniciando desde cero, hasta que cada alumna o alumno pueda producir su alimento.
Como continúo estudiando en el -laboratorio de la naturaleza- cada año aprendo más, y voy mejorando y actualizando las versiones del curso.
La huerta me llevó de la mano a la preocupación por el medioambiente (O tal vez fue al revés), separando los desechos orgánicos y degradables, para comenzar a compostar. Luego llegaron las lombrices, comiendo los deshechos de la cocina, mancomunadas con las hormigas y tijeretas, haciendo un festín en la lombricera, al producir el humus.
La concadenación de una acción con otra en la huerta, me da permanentemente una sensación de un continuo fluido, esto me da seguridad y cambia mi perspectiva del año, porque el calendario agrícola y sus temporadas, es mas importantes, que las fechas del calendario gregoriano.
La valorización de las semillas, el reunir semillas de diferentes especies, hasta llegar a consolidar pequeños bancos de semillas, me ha regalado una valoración inmensa por la vida. Para mi son un tesoro. Fomento los bancos de semillas en las alumnas: siempre destaco que, de una semilla de lechuga, se pueden cosechar más de dos mil.
Así de generosa y
perfecta es la naturaleza.
Estoy agradecida
por que la horticultura me dio mi sitio en la vida, y me enseñó como servir y
aportar a mis semejantes.
ENSAYO TH (1º trabajo).
Maria Jesús Díaz
Mirando hacia atrás en mi
vida, logro encontrar muchas oportunidades en donde la naturaleza ha sido
protagonista y ha hecho lo suyo en mi persona, dejando esos recuerdos profundos
en mi memoria sensorial. Desde muy pequeña tuve la fortuna de tener una abuela
y una tía abuela verde que amaban las plantas, cuidaban de su jardín, sus
flores y sus frutos, como a un hijo. Me regalaron muchos momentos de jardinería
llenando mis recuerdos de tardes cálidas al sol, el viento y el olor a las
fresias blancas florecidas, también regando el jardín junto al olor de los azares
del limón. Son recuerdos muy dulces y atesorados para mi, incluso aun conservo
una dracena que mi abuela le regaló a mi madre cuando yo tenía 10 años y hoy es
parte de mi hogar. Esto me hace ser consiente de que cada planta de interior de
mi hogar marca un hito importante en mi vida (matrimonio, aniversario, primera
casa, etc.).
Tengo
también recuerdos de niñez en el campo de mi tío Mingo en Lautaro levantándonos
temprano a ver los animales, huerteando, cosechando los frutos con los que mi tía
Silvia cocinaba una rica cazuela al almuerzo (Tengo muy presente el olor de ese
cilantro recién cortado sobre el plato de cazuela calentito).
Creo tener innumerables
veces en que la naturaleza ha dejado marca en mi vida, pero recién hace 4 años
cuando me hice madre hice consiente la importancia de poder trasmitirlo a mis
hijos. Luego hace 3 años y como reacción a un dolor crónico, por el cual tuve
que hacer cambios importantes en mi estilo de vida. Le di la importancia que
necesitaba, trabajando diariamente en mi huerto urbano. Trabajo que fue
sanador, sanando mi dolor, centrando mis pensamientos y estabilizando mis
sentimientos. Por lo que entendí mi pasión por el huerto y decidí que era mi
pendiente en la vida. Hoy día me estoy haciendo cargo de esa decisión como
familia, viniéndonos a vivir a la Patagonia, invirtiendo tiempo en nuestro
huerto familiar, alimentándonos de comida feliz como yo le llamo (verduras
orgánicas que respeten la estacionalidad). Además de estar desarrollando un
proyecto de Terapia Hortícola en donde pueda compartir, educar y de nuevo usar
el huerto en ayuda de otros.

INTRODUCCIÓN A
Primer Trimestre 2021
Profesor: Marie Arana-Urioste
Alumna: Mariana Henriquez F.
Me llamo Mariana. Quisiera contarles algunas cosas de mí para que puedan
conocer lo que significa sembrar y ver crecer plantas para mí.
Hace algunos años las plantas me salvaron de la pena más profunda que he
tenido en la vida. Había perdido una guagüita con un embarazo avanzado y me
sentía sola, abandonada por el mundo, nadie podía entender que yo lo haya
sentido vivo, que sabía quién era, nadie podía acompañarme en ese sentimiento
porque solo yo la había conocido. Era tanta mi pena que no podía salir de mi
casa porque me daba angustia encontrarme con alguien y que me volviera a
preguntar cómo estaba mi guagua, y tener que revivir nuevamente el dolor. Avanzaban
los meses y en un momento pensé que la pena no se iría nunca y que yo iba a SER
triste para siempre. Levantarme, cuidar a mi otro hijo, trabajar, eran cosas
que hacía, funcionaba la cotidianeidad, pero en el fondo sentía que nunca más
iba a sonreír.
Andando como zombi, de repente me llegó un folleto para aprender a hacer un
huerto urbano. Hasta esa fecha yo había matado más o menos 20 plantas, que eran
las que habían caído en mis manos y que me habían regalado familiares y amigos.
Entre esas una orquídea hermosa, regalo de mi (ex) esposo, lo que provocó un grave
problema entre nosotros. Pero yo no le hacía a lo verde. Y tampoco me
interesaba porque nunca me había interesado, siempre había alguien que cuidaba
las plantas por mí.
Tomé el curso por si acaso, como para seguir una moda, y algo pasó cuando
comencé a aprender de suelo, tierra, plantas, semillas, flores, bichos, empecé
a entender cómo funcionaban todos juntos en un equilibrio simple y amoroso. Se
cuidaban entre todos, las semillas protegidas por los frutos, las flores
llamando a los bichos que se alimentaban de ellas y las multiplicaban, los
frutos que podíamos disfrutar, tomando lo que necesitamos solamente. Fue mi
epifanía, un mundo que observaba y me deleitaba, yo metía las manos a la tierra
y siempre algo pasaba.
Mi mamá y mi abuela, las dos ya fallecidas hace varios años y que me habían
hecho mucha falta en el momento de mi pena, eran muy delicadas con sus plantas
y jardines, siempre sabían cómo cuidarlas, conocían sus nombres, eran muy
generosas con ellas, y las plantas les devolvían su hermosura. Nunca vivimos en
el campo, siempre hemos vivido en la ciudad, pero recuerdo que cada rinconcito de
sus casas era pensado para disfrutar una flor o un olor. En la casa de mi mamá
hay un jazmín del cabo, plantado por mi abuela, ha sobrevivido a las dos y
seguimos disfrutándolo. Ellas se encargaban de darle verdor a la familia.
Cuando las semillas que plantaba comenzaban a germinar, ellas volvieron a
estar a mi lado y me acompañaron. Mis dedos se hundieron en la tierra y ver las
plantas crecer me devolvió la alegría. Entendí la dulzura que me evocaba cuando
las miraba plantar y mover maceteros, y la rabia que les daba cuando alguien
las pisaba o rompía, y probablemente habíamos sido mis primos y yo jugando.
Entendí que sus jardines estaban en equilibrio, por eso estaban lindos. Entendí
que la tierra me podía dar equilibrio a mí también.
Es bien raro, pero cuando planté en mi casa, sentí que podía volver a
florecer todo. Que, si la planta se muere para dar semilla, y esa semilla
crece, entonces yo podía sanar mi pena, con ellas. Sembrar y que nacieran cosas
nuevas desde el dolor.
Han pasado como 6 años desde ese momento. Y hace unos 3 años empecé a hacer
girar mi profesión. Como arquitecto trabajo en un servicio público muy árido
para la naturaleza, pero de gran aporte a las personas y la ciudad, el Metro de
Santiago. Sintiendo que aportar a la calidad de vida de las personas de mi
ciudad no era para mí suficiente con lo que hacía, comencé a estudiar paisaje,
a investigar sobre parques, a tratar de integrar mi experiencia en este lugar.
La verdad es que ha sido muy difícil, porque nuestro país vive momentos complicados,
y convencer a un montón de ingenieros que las áreas verdes son buenas para los
vecinos de las estaciones es bien complejo. Está difícil hacer que brote el
hormigón.
Hoy en mi casa tengo un pedacito chico de patio, dos o 3 metros cuadrados y varios maceteros. Tengo acelgas para hacerle guiso a mi hijo todo el invierno. Teng
o pimentones, morados este año, para probar nuevos colores. Tengo orégano,
romero, perejil que mi hijo corta cuando le pido para cocinar. El año pasado,
él hizo los almácigos cuando empezábamos la cuarentena, para lechugas, brócoli,
habas. Los regalamos a algunas amigas y vecinos. Y ahora entiendo que mantener
mi tierra sembrada, cuidada, me permite calmar mi ansiedad, cultivar otras
hierbas para mis dolores emocionales y físicos. Además de ser una actividad de
resistencia, no importa lo que digan, ni dónde estemos, ni lo que esté pasando
al rededor, yo le tengo fe al futuro porque la tierra me sana.
La pandemia nos ha dado vuelta la cabeza. Y en parte por eso decidí tomar
este curso. Y aprender de donde sea, tomar otros cursos de paisaje, suelo,
plantas, etc. Me integré la huerta comunitaria de mi barrio, un tremendo oasis
en un sitio abandonado que florece contra viento y pandemia. Creo que esta
pandemia es un remezón gigante y una oportunidad para hacer cambios
importantes, girar desde el interior para abrirse a nuevas formas de vivir la
vida, juntos, en respeto de los tiempos y dolores de todos.
Creer en este nuevo futuro me da fuerza para aguantar los tiempos duros. Las
plantitas son nobles, nos dan tiempo para mirarlas, descubrir sus hojitas
nuevas, el color luminoso cuando son pequeñas y los colores intensos cuando ya
son más grandes. Cuando una hoja cae, atrás vienen otra para renovar la planta
entera. Espero que Dios me siga guiando, ayudándome a aguzar mi instinto para
realizarme desde el lugar que estoy ahora y repartir la sanación que conocí
hundiéndome en la tierra.
Ensayo I / Terapia Hortícola Junio 2021
Alumna: Antonieta Molina
Algarrobo, el mar y los bosques de eucalipto soplando sensación de bienestar, infancia de veranos eternos de aromas profundos a algas marinas y brisas de mar y su fauna, al ocaso humea el carbón quemado. Senderos de bosques y aromas ‘playeros’ marcaron el sentirme feliz o en bienestar, sobre todo frente a su majestad el mar.
El llamado Jardín del Este en Vitacura donde nací, imponente en su verdor y arboles, tardes de contemplación lo observé de la ventana de mi pieza, un jardinero campesino me llamaba la atención. Los arboles crecieron el olor a Pino, Aromo, la sombra del Algarrobo. ¡Infancia con Árbol Navideño vivo!, recuerdos de lujo para vivir en la ciudad, del cual quedan solo rastros lejanos, puesto que fue demolida la casa de ladrillo volvió a ser polvo, espero que no ocurra lo mismo con los arboles arbustos y flores que vi crecer. Se cae un árbol se cae una porción de vida.
El Árbol lo conocí por necesidad de su sombra, los busque porque me daban sombra, frescor, luz y calidez, se transformo de ser un ente lejano para cada vez tener una mayor conexión sensorial y auditiva, el campo y el sur de Chile son los grandes tutores para absorber ese conocimiento. Viento, lluvia, sol, ríos, verdes y azules, amarillos, rojos, blancos… turquesa. Cada olor me recuerda un color.
Y del Árbol llego al bosque y sus dinámicas donde se conjugan todos los elementos que forman la vida en su mas prístino estado de pureza y conexión con quien nos recibe la Tierra. Los aromas de bosque después de la lluvia se puede decir sanador, sanador el aroma y sus ramas y su luz y su agua y sus quejas de madera intensa, añosa, lluviosa, humedad, sombría. Mañío, Tiaca, Tepa, Luma y Ulmo, sus flores, tronco, raíz, ramas y hojas…todos universos en si llenos de gracias. Frutos y Miel, bichos con picaduras benignas nos invaden. Bendito seas bosque por sobre todos. Bendito sea tu AROMA.

EL LLAMADO A SANAR
EN UN TERRITORIO HERIDO.
Vanessa Valenzuela Rubilar
Una vez un humano que creció en la Araucanía Andina me dijo que desde la infancia se podía ver el camino que resonaría con la esencia del ser al crecer. Puedo agradecer transitar una existencia engendrada por los campos, de niñez entre las chacras, los montes, la recolección de hongos y los jardines de las mujeres que me rodeaban. Me recuerdo pidiendo retazos de tierra de otros jardines para mi propio jardín, donde la vecina, donde mi abuela y en poco más de un metro cuadrado empezar a diseñar mi concepto de belleza con las plantas que me dejaban manejar, asombrarme al descubrir en algunas raíces tan diversas, en unas bulbos y en otras rizomas, con el paso de los años pude entender que unas que parecen morir no hacen más que concentrar su fuerza para volver a emerger, cubrir y teñir en suelo de manchones amarillos, azules y blancos, multiplicándose y propagándose donde son llevadas entre manos casi siempre de mujer. Podía vivir el privilegio de observar por horas el agua correr, el agua infiltrarse en la tierra de los surcos con los que regaba mi papá la chacra, luego sumergir las manos en barro, amasando creaciones que adornada con flores asilvestradas. Cada año veía como mi mamá ampliaba un poco más su jardín, como protegía plantas que también fueron cuidadas por mi bisabuela. Veía a mi abuela paterna trabajar con otro estilo, ella combinada huerta y jardín, más tarde conocería el sustento holístico de su práctica basada en la mantención de un equilibrio a través de la biodiversidad, y entendería su empeño por resistir en lo que para otras personas era una especie de falta a la norma. Ella santiguaba, la gente del sector la buscaba, conocía secretos para sanar usando la fuerza de los árboles, en su cocina impregnada de hollín no podían faltar los ramos verdes de hierbas secas colgando de cordeles o coligues en lo alto, siempre que se necesitaba una hierba, ella la tenía, no entiendo como las recolectaba si rara vez salía de su casa.
Reviso entre las fotos, antes escazas, me muestran niña entre flores, en jardines de casa o flores silvestres. Veo fotos actuales en pantallas, siempre hay series de floraciones y mi rostro cerca de ellas. Me recuerdo asombrada tocando polen, intentando teñir con pétalos de flores, descubriendo como al secarse toman bellas formas que protegen la semilla. La semilla, aparente ser minúsculo que hereda y proyecta siglos de vida. Me encantaba con los aromas y pasaba tardes de experimentación para pretender crear perfumes de flores, reales e imaginarias, veía los frascos como tesoros y me atrapaban por horas interrogantes sobre el motivo de lo efímero de aquellas flores que solo duraban un día, los viajes eran para sorprenderme con la belleza fugaz de las flores que crecen espontáneas por los bordes de caminos, pude guardar algunas prensada entre libros, olvidarlas y que aparecieran a los años trayendo mensajes.
En el transitar la vida adulta por el mundo urbano experimenté la reconexión con la semilla, al conocer otras interpretaciones de la vida ligada a la tierra y entender el porqué de las realidades rurales. Solía caminar por las calles urbanas apreciando la belleza de los antejardines, queriendo recordar la arquitectura de los arboles ornamentales en floración, sus aromas, las plantas en macetas en las ventanas, comiendo capuchinas por las calles de Concepción, siempre con tiempo para escapar a contemplar parques y en algunas noches que se volvían madrugadas robar plantas de las plazas para adornar con algo verde la casa urbana arrendada en un barrio marginal.
Al volver a mi tierra natal como socióloga que quería explorar los campos de Malleco, pude conocer muchas mujeres que valoran ajardinar su ser. En una realidad donde las mujeres no tienen acceso a la propiedad de la tierra, el jardín se transforma quizá de modo inconsciente en un espacio de autonomía y sanación, le dedican tiempo, le estampan parte de su propio ser en su diseño y mantención. Entre ellas también se pueden encontrar las llamadas flores antiguas o arbustos robados de casas patronales y repartidas por los sitios, comunidades o hijuelas de Malleco. Mostrando que quizá querían un poco de la vida del patrón y que las plantas no son elitistas, la patilla robada produce igual, la compartida que evoca el cariño de quien la da o simple reconocimiento como una par, digna de tal responsabilidad, heredera del tiempo y atención de otra. En esos jardines de flores robadas, regaladas y compradas se despliega parte importante de la vida rural, los diálogos in situ con las mujeres atravesando sus jardines o evocando voces antiguas situando flores entre hortalizas y plantas medicinales. Puedo verme hace unos años encontrando en otros sectores flores que se perdieron del jardín materno, del jardín de abuela, vibrar, emocionarme y generar emoción en otras con el re-descubrimiento de lo extraviado. También el poder volver a cultivar alimentos que comían mis bisabuelos y cultivaban en montañas donde siento magia al visitar, cosechar quinoa y entregar un ramo de ella a un anciano que esperó por más de 80 años re-encontrarse con el grano que, mezclado con miel, era el desayuno de su infancia. Siento que la semilla y el territorio nos habitan, que la semilla debe volver a las manos y a las bocas que le recuerdan. Así siento y pienso la emoción de cada nuevo ciclo, en el espiral de nuestro encuentro, guardarlas protegidas unos meses, preparar la cama donde dormirán y despertaran para echar raíces, verlas germinar, crecer, alimentar y multiplicarse en nuevas semillas que puedo dispersar, porque muchas de ellas han llegado a sitios por manos humanas, y con ellas llega mucho más que material genético, llegan historias, vínculos, sabores, nutrientes, nuevos colores, nuevas formas, floraciones y posibilidad de sanación.
Hace unos años me marcó el encuentro con un fitoterapeuta, un hombre que sanaba y a la vez valoraba y nutría el saber de las mujeres. Me ayudó a recordar las prácticas de las ancestras y encontrarles sentido pese a que la educación formal me hubiese querido enseñar que eran ridículas o simple superstición. También conocí un veterinario que sana animales, personas y plantas con el poder de las hierbas medicinales, e ir más allá al comprender que hasta las llamadas malezas pueden sanar, que incluso pueden sanar suelos devastados, explotados, ultrajados. Al insertarme en el un mundo institucional donde el centro es lo productivo, cada día se reafirmaba en mí pensar que no todo es emprendimiento individual y rentabilidad, que las plantas pueden generar empoderamiento colectivo y reciprocidad. La reciprocidad del cuidado, cuido las plantas y ellas me cuidan a mí, juntas cuidamos a otr@s y al territorio. He visto a gente cultivar para evadirse y el cuidado de las plantas termina contribuyendo a su sanación real.
En un territorio en
disputa ver la realidad como un jardín que quizás hace un par de siglos
fue un extenso monte, que en gran parte fue quemado, saqueado y
ultrajado, pero está en proceso de restauración, un territorio que
necesita terapia, una terapia que reconecte con la vida cíclica y el
respeto por la biodiversidad, que se piense para alimentar el bienestar, para
cerrar las profundas heridas del suelo en que se siembra, planta,
cosecha, recolecta, donde se vive. En ese territorio puedo sentir
que enlazo mundos a través de plantas y semillas, y que a la vez ellas me han
enlazado con personas, historias y saberes. El saber que se desprende de esos
enlaces me hizo sentir que es indispensable atender lo más profundo de cada
ser, sus pensares, su espíritu, su mente. Que también estamos carentes de
nutrientes, con falta de biodiversidad, en continua explotación, uniformes, con
enfermedades, en descuido, etc. Pero el comprender que las plantas que sanan el
suelo me sanan y sanan a otr@s, es una esperanza en verde, una recurrente
epifanía que me llama a seguir transmutando.
Malleco - Araucanía, otoño 2021

INTRODUCCIÓN
A LA TERAPIA HORTÍCOLA
ENSAYO SOBRE LA EXPERIENCIA HORTICOLA
Estudiante: Lidice Nazal Arévalo
Primer trabajo año 2021.
Al leer el enunciado del trabajado
solicitado, la primera sensación es que sería muy complejo el poder recordar
esos momentos, porque siempre tuve la sensación de que estaba muy lejos de la
jardinería, del contacto con las plantas y, por tanto, la tierra. Estas estaban
muy lejos de mi biografía, y recién hace algunos años descubrí esa añoranza en mí
de poder conectarme con ésta, con la idea de sembrar, de cosechar, de conocer
los ciclos de la naturaleza a través de lo palpable que solo se logra si se
tiene una buena conexión para con ella.
Pero, para mi sorpresa, los recuerdos
llegaron inmediatamente, y apareció mi padre, un hombre que se nos fue
arrebatado de esta vida antes de tiempo, por creer que otro mundo más justo,
más pleno, era posible para todos; revelándome ese recuerdo de los 5 años, que
luego de estar en cama por un tiempo (que al menos yo signifique como muy largo), me saca en brazos al lindel de la puerta para
mostrarme su obra de arte, su creación, una huerta en el patio delantero de la
casa, que si bien era muy pequeña, ya que funcionó en algún momento como bodega
más que como vivienda, gozábamos de unos patios enormes, con muchos árboles
frutales, parras, y recovecos donde jugar, donde descubrir pequeños tesoros.
Recuerdo de esa huerta en particular el
color del ají en la mata, como se transformó de amarillo a verde y luego unos
tonos rojizos fascinantes, esa planta fue una de las pocas que sobrevivió al
descuido de esa huerta, luego de su partida. Recuerdo haber paseado entre los
rabanitos, los tomates, el perejil, o cilantro, no lo sé, pero lo que más
recuerdo es la sensación de calor, el sol, sus olores, resguardando ese
espacio, que para mí era gigante. Hoy con la perspectiva del tiempo supongo que
era unos pocos metros de jardín.
De esa casa debimos salir bruscamente,
junto con la incertidumbre de un cambio de casa se sumó el estar
lamentablemente sin el papá, con el miedo a que si el volvía no sabría donde
estábamos y no estaría su huerta esperándolo.
Llegamos a Maipú, a una casa más grande,
pero sin esos patios enormes donde explorar, recuerdo mirar por la ventana y
solo ver la pared del fondo; ya no habían árboles, no había huerta, no había
sol, así que me escondía en las parras (que eran eso sí muy generosas con una
variedad de uvas que no he encontrado en otro lugar), jugaba con unas flores,
en mi imaginario eran princesas que vestían sus vestidos de diferentes colores
y texturas, pasaba horas bajo las parras
haciendo cucharitas con pequeñas hojitas
que crecían de unas plantitas que nunca supe su nombre. Aunque no era lo
mismo, tenía mi jardín secreto donde me sumergía en mis juegos y sentires.
Ya al salir de esa casa e irnos a vivir
a un espacio “nuestro”, la seguridad volvió y también la huerta, mi madre, una
mujer que realmente ama las plantas y las cuales creo tanto la acompañan como
cuidaba en sus momentos de tristeza y soledad, hasta el día de hoy. En ese
momento se las ingenió para realizar una pequeña huerta en el patio trasero de
la casa, donde había choclo, tomate, orégano, chascú y varias hierbas, que
sazonaban los platos de la casa,
recuerdo que mi adolescencia no fue fácil, llena de miedos, incertidumbres,
rabias, etc, pero la huerta era un espacio seguro, aunque lo veía como mandato
y casi un castigo el tener que regarla, limpiarla o incluso ir a buscar algo a
ella, me servía enormemente como un lugar de descanso del ruido mental. Recuerdo
regar con silencio, ver como cada planta crecía; me asombraba la fortaleza de
los tomates, que siempre me repetían ¡“no se mojan al regar!”.
Hoy al hacer este ejercicio siento que
fueron mis primeros momentos de conexión con la meditación, con el silencio,
con la introspección, recuerdo que, si bien me negaba a realizar esas tareas,
siempre me agradaron, me relajaban mucho; tal vez sólo me negaba, porque había que ser
rebelde y no mostrar que en realidad disfrutaba esas tareas.
Luego me fui alejando de la tierra, de lo
verde, de los aromas, de los colores y de los sabores, me dedique en mi vida a
cumplir con lo establecido, con lo que supuestamente me haría feliz, entré en
un ciclo donde una planta era un responsabilidad más que no quería asumir en mi
vida, en mi casa solo había una que otra planta ornamental, porque no quería
hacerme cargo de más “cosas”, no había tiempo, pero siempre estaba la añoranza
de los aromas, soñaba con entrar a la casa llena de aromas del poleo, la menta,
el cedrón, pero conscientemente me lo negaba, no había tiempo para el jardín,
no había tiempo.
Pero ya hace unos 10 años decidí darle
una vuelta a mi vida y volver a mi esencia y comenzó este viaje fantástico
donde conocí las esencias florales de Bach, para luego conocer muchas más, y a
través de meditaciones, de trabajo con el reiki, puede volver a conectarme a
este mundo mágico, sutil y maravilloso de la tierra, esta tierra sanadora y
generosa, concreta y sin rodeos donde es o no es, donde está siempre dispuesta
a enseñarnos.
Hoy en día emprendí junto a mis hijos un
nuevo sueño, que hasta ahora ha sido más duro de lo esperado, pero lleno de
gratificaciones, el estar acá en la comuna de Retiro sin nada al alrededor más
que tierra dispuesta a ser sembrada, a ser tratada con cariño, así que acá
estamos construyendo nuestro nuevo hogar, con muchas carencias prácticas aún y
empezando a conocer cómo se comporta el tiempo, el viento, la tierra, las
lluvias, donde es conveniente hacer un invernadero, donde se puede hacer la
huerta, donde poner los árboles frutales y donde los nativos, es un tiempo de
pensar, de trabajar, de planificar, pero principalmente de conocer este
terreno, esta tierra, este sector, y escucharlo con paciencia, con humildad,
con calma, si algo hemos aprendido es que los tiempos y ritmo de la tierra son
propios y aunque queramos acelerarlos, o cambiarlos, es ella, la tierra, la que
manda, nosotros sólo somos meros obreros amorosos y obedientes a sus ciclos;
pacientes, receptores de todas sus bondades y regalos.
Y si bien esto ha tenido costos grandes,
sacrificios físicos y emocionales que no teníamos contemplados, todo ha valido
la pena, y esperamos pronto ver acá nuestros jardines, huertas, y árboles que
nos demuestren que ha sido la mejor decisión que hemos tomado.